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domingo, 22 de septiembre de 2024 | Última actualización: 00:02

La crisis española

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Jorge Fuentes. Embajador de España

Desde que nació el diario Castelloninformacion.com en 2012, he publicado en él alrededor de 700 artículos, más de la mitad de ellos trataban sobre España cubriendo los gobiernos de Rajoy y Sánchez e igualmente el final del reinado de Juan Carlos I y los diez años del de Felipe VI. Un período nada tranquilo de nuestra Historia que me atrevería a calificar como "El decenio oscuro", particularmente por la presencia en él de un personaje tan particular como el actual presidente del gobierno.

Durante ese período y el anterior cuarto de siglo, la Monarquía fue, sin duda, la institución que mejor funcionó en el país tanto la del Rey saliente -uno de los mejores monarcas que ha tenido España, a pesar de sus debilidades humanas- como del Rey actual.

Y no es que sus reinados fueran fáciles ni para el país ni para la institución monárquica. Don Juan Carlos tuvo que ser aceptado por los españoles y por la clase política a pesar de venir apadrinado por el Generalísimo. Don Felipe está teniendo que lidiar con una política atomizada, con una proliferación de partidos de dudosa constitucionalidad y con la decadencia democrática debido al intento de monopolización de los poderes por parte del Ejecutivo.

No creo que la buena política sea necesariamente de derechas ni la mala de izquierdas. Ambos flancos han conseguido impulsar al país hasta posiciones favorables. Algo es, sin embargo, incuestionable y es que tanto González, como Zapatero y hoy Sánchez llevaron al país a la bancarrota con una deuda externa que supera nuestro PIB y con niveles de pobreza inaceptables, pasando España de ser la séptima potencia económica mundial a la decimotercera y bajando. En cada ocasión tanto Aznar como Rajoy tuvieron que esforzarse para remontar la situación.

Entre 1978 y 2024 la izquierda ha gobernado 27 años -que pueden convertirse en 30 si no se le pone remedio- y la derecha tan solo en 19. Ello no significa principalmente que los españoles seamos de izquierdas, sino que ésta sabe manejar mejor los hilos del poder y ello queda de manifiesto en el hecho de que siempre accedieran al gobierno en circunstancias extraordinarias, ya fuera la larga resaca del 23F, el atentado terrorista del 11M o una moción de censura traída por los pelos.

España es, en muchos sentidos, un gran país, un país envidiable. Suele incluirse entre los primeros del mundo donde mejor se vive, gracias a su clima moderado, sus largas costas, su cocina, su ambiente festivo y su gente acogedora. Solo así se explica que cerca de 100 millones de personas escojan cada año nuestro país para pasar sus vacaciones.

Evidentemente a estos visitantes poco les importa que España tenga sus problemas, que la economía no vaya como una moto, que tengamos el mayor índice de paro de Europa, que la productividad sea baja, que estemos endeudados hasta las cejas y que nuestro sistema político deje mucho que desear. En todas partes cuecen habas.

Hace tiempo les vengo hablando de los rasgos que caracterizan a esta España nuestra tan diferente y tan atractiva para muchos. Les hablé de que el nuestro es un país en fiesta permanente; un país sin idioma, en que cada vez se habla menos y peor el español; un país centrífugo y fracturado; y un país rosa, que pese a su soberbio legado artístico posee hoy un bajo nivel cultural. Todos esos rasgos ahí están y configuran nuestra España, para bien o para mal, tal como hoy es.

La fragilidad principal del país de la que arrancan casi todas las restantes males es nuestro sistema electoral que coloca en manos de una pequeña parte de nuestros 48 millones de habitantes -que pronto serán muchos más de 50 millones por obra y gracia de la inmigración- la decisión del curso político del conjunto del país. De seguir con el sistema electoral actual, será muy difícil, casi imposible, alcanzar mayorías absolutas sin pactar con ciertos partidos que chantajean sin dudar hasta obtener ventajas que fragilizan la estructura básica de España, violan la Constitución y por ende debilitan nuestra democracia.

Casi todas las restantes fragilidades existentes en España derivan de aquel error de base, muy difícil de corregir, por cierto. Ahí tenemos al Ejecutivo dominando sobre el legislativo, gran parte del judicial, sobre los medios informativos y sobre casi todas las Instituciones. Y cuando se pierde la mayoría en el Parlamento, se sigue gobernando al margen de éste y a golpe de decreto. Ahí tenemos, también, el creciente separatismo catalán y vasco apuntalado por cuatro partidos -Junts, ERC, PNV,y BILDU-, a cada cual menos fiable; ahí están los tratos de favor fiscal en favor de dos autonomías en desprecio hacia las restantes; la amnistía hacia sediciosos, malversadores y corruptos y un sinfín de delitos y faltas que por primera vez se han colado hasta la familia más íntima de la Presidencia del Gobierno.