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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 14:11

Lecturas

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Las lecturas vienen asociadas al verano, a las vacaciones. Este verano tan cargado de suspense político está siendo especialmente proclive a la evasión por la vía de la lectura. Pero estar semi-jubilado tiene sus ventajas: para nosotros cada día es domingo y casi todos los meses del año son de vacaciones. Por eso no tengo diferente ritmo de lectura entre el verano y las otras estaciones del año.

Hoy voy a hablarles (no sé si recomendarles) de cuatro libros que he leído en los últimos días, alternándolos con otros de diferente naturaleza. Impremeditadamente he venido devorando una tras otra  las obras de cuatro compañeros de fatigas a quienes conozco bien y de algunos de los cuales puedo decir que son buenos amigos.

Tal es el caso de Javier Rupérez con quien he trabajado muy compenetradamente en el proceso de Helsinki, cuyas alegrías y penas mi mujer y yo hemos compartido y que prologó mi último libro, 'Notas verbales'.

Rupérez es uno de los diplomáticos más brillantes que ha dado España en el último medio siglo. Embajador en Washington y ante la OTAN, diputado, senador, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Presidente de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE y de la OTAN y autor prolífico. Nos ofrece ahora ‘La mirada sin ira’, unas memorias que yo conocía bien por haberlas compartido con el autor en no pocos capítulos en que narra su vida y milagros desde su infancia hasta su actual jubilación parcial en los Estados Unidos, pasando por el escabroso capítulo de su rapto por la ETA de Otegi. Sin olvidar un segundo rapto (caso único) por Tejero, el 23-F, en el Congreso de los Diputados.

Quizá por conocer de antemano tan bien el argumento del libro, me ha interesado menos que a un lector imparcial que se sorprenderá con el hecho de que un hombre de la valía del autor no alcanzara una cartera ministerial quizá insuficiente para su talla.

Jorge Dezcallar fue igualmente un destacadísimo colega. Compañero de promoción en la Escuela Diplomática, recuerdo que me acompañaba en mi Alpine, cada vez que, en vacaciones, me desplazaba de Madrid a Valencia y él seguía luego su periplo hasta su Mallorca natal.

Llegó a ser nada menos que Embajador en Marruecos, en la Santa Sede y en los Estados Unidos, así como Jefe de los servicios de espionaje de España (CNI) y ello en los turbulentos años comprendidos entre el 11-S americano y el 11-M español.

Su libro ‘Valió la pena’ contado con buen humor pese a todo, oscila entre las aventuras tipo Tintín, la inevitable auto-bombo-biografía suavizada por una inteligente ironía y los comentarios mordaces sobre varios ex-presidentes del gobierno, en especial los de derechas, a pesar de ser Dezcallar un hombre a-político e independiente.

Javier Villacieros, un clásico Embajador de prestigio, proveniente de una sólida dinastía diplomática, había escrito ya otras memorias relativas a sus puestos en Libia, Polonia y Turquía. Recientemente publicó un muy grato libro que bajo el título de ‘Los rascacielos tienen memoria’, relata sus recuerdos en la fascinante ciudad de Nueva York en sus años mozos, cuando los Kennedy reinaban en la Casa Blanca sobre el mundo entero.

Villacieros falleció pocos días después de la presentación de su obra el pasado mes de Abril. Seguro que se fue con la alegría de haber dejado vivo aquel recuerdo de un tiempo feliz en New York City.

Erik Martel constituye un caso atípico dentro de la profesión. Hijo de un prestigioso almirante de la armada, Martel fue un contestatario nato, un rebelde sin causa contra la Carrera y aparentemente contra todas las responsabilidades que asumió en ella  y que fueron básicamente dos: conducir los asuntos de Gibraltar desde el Campo y llevar adelante el consulado en Miami en los delicados días de la llegada a aquella ciudad de la réplica de las tres carabelas para conmemorar el Quinto Centenario del descubrimiento de América (‘Encuentro’ en la terminología políticamente correcta).

Yo me encontraba por entonces destinado como Embajador Adjunto en los EE.UU. cuando Martel se encerró en la Residencia del consulado negándose a aceptar la orden del gobierno de cesar en su puesto y trasladarse a Madrid.
Creyó Martel ingenuamente que si se convertía en una víctima del PSOE, pasaría a ser un héroe con el PP que estaba a punto de acceder al poder. Repetidamente le insistí por teléfono que su actitud numantina le descalificaba ante cualquier gobierno, como así ocurrió.

Martel narra estas cuitas desde su retiro madrileño, en su novela, casi al pie de la letra autobiográfica, con personajes en clave. Un libro que naturalmente lleva el nombre de ‘El cónsul general’.

Nota: abstenerse de la lectura de los cuatro libros los no aficionados a las memorias (yo procuro evitarlas) o a los temas diplomáticos (por definición me interesan bastante).