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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Contemplar a Cristo en el Rosario

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

En mi última carta decía que los actos de piedad o religiosidad popular cristiana son también espacios válidos para el encuentro personal y comunitario con Jesucristo. Y uno de estos actos es el rezo de santo Rosario. No cabe la menor duda que el rezo sosegado y devoto del Rosario, hecho en compañía y a ejemplo de María, nos lleva a contemplar el rostro de Cristo, y así a conocerle, amarle y seguirle. Recitar el Rosario, nos dijo San Juan Pablo II, es “en realidad contemplar con María el rostro de Cristo”.

El Rosario es una oración sencilla y profunda a la vez. Rezado con atención, fe y devoción nos conduce a la contemplación del rostro de Cristo, nos lleva al encuentro con su Persona, con sus palabras y con sus obras de Salvación a través de los misterios de gozo y de luz, de dolor y de gloria. Desde la contemplación de los misterios del Rosario llegamos a la Persona misma de Jesucristo. Su rezo se encuadra en el camino espiritual de nuestra Iglesia diocesana, llamada a ser una comunidad evangelizada y evangelizadora con la mirada, la mente y el corazón puestos en el Señor Jesús.

Si nuestras parroquias quieren ser presencia viva de Jesús y de su Evangelio en el pueblo o en el barrio, hemos de volver nuestra mirada a Jesús, reencontrarnos con El, contemplar su rostro, para así conocer, amar, seguir y anunciar a Cristo y el Evangelio.

El rezo del Rosario, lejos de alejarnos de Cristo, nos lleva a Él. El Rosario es una oración de marcado carácter mariano; pero, como siempre, María nos lleva a Cristo; de manos de la Madre vamos a su Hijo.

Así, centrados en Cristo, en el rezo del Rosario podemos aprender de María a contemplar la belleza del rostro de su Hijo y a experimentar la hondura de su amor desde la profundidad de todo el mensaje evangélicoPorque el Rosario es una oración netamente evangélica; se nutre directamente de las fuentes del Evangelio. No sólo los misterios de gozo y de luz, de dolor o de gloria, sino también las oraciones principales están tomadas directamente del Evangelio.

Al comienzo de cada misterio, oramos con las mismas palabras con que Jesús nos enseñó y mandó orar a sus discípulos: el Padrenuestro, la oración cristiana por excelencia. En cada Avemaría nos dirigimos a la Virgen con las palabras de saludo del ángel Gabriel en la Anunciación del Hijo de Dios y de alabanza gozosa de su prima Isabel en la Visitación; y con la Iglesia pedimos su intercesión por todos en el presente y en el paso definitivo a la vida eterna.

Al finalizar cada misterio, la oración se hace invocación y alabanza al Dios Uno y Trino, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En verdad: el rosario es un verdadero ‘compendio del Evangelio’ (Pío XII y Pablo VI).

El rezo del Rosario se convierte así en medio para el primer anuncio del Evangelio. La concatenación de los misterios -de gozo y de luz, de dolor y de gloria- no sólo siguen paso a paso el orden cronológico de los hechos más importantes; ellos reflejan además el primitivo anuncio de la fe y proponen el misterio de Cristo como Pedro lo hizo en su primer discurso el día de Pentecostés (Act 2, 14-36). De manos de Maria recorremos y anunciamos los misterios más importantes de la historia de la Salvación de Cristo: desde su encarnación hasta su pasión, muerte y resurrección.

El Rosario es fuente de gracias abundantes. Su rezo sosegado, tranquilo y devoto nos abre y dispone a la gracia de Dios. Es fuente de comunión con Dios mediante la comunión vital con Cristo en la contemplación de los misterios. Y es fuente de comunión con los hermanos en Cristo, al ofrecer su rezo por alguna necesidad propia o ajena, de personas cercanas o desconocidas, de las familias, de la sociedad, de la humanidad o de la Iglesia. Peticiones todas ellas que, si son sinceras, irán unidas necesariamente al compromiso efectivo por dichas peticiones.

Recemos el Rosario en privado o en grupo, en las parroquias, en las comunidades y en las familias. Y hagámoslo con atención de mente, contemplando lo que rezamos. Evitemos su rezo mecánico y distraído. El Rosario no ocupa ciertamente el mismo lugar de la Liturgia ni puede sustituirla o suplantarla; pero lejos de oponerse a ella, el Rosario nos prepara y conduce a ella, nos ayuda a una participación más consciente y plena, y propicia su asimilación personal.