Rafa Cerdá. Abogado.
Antaño las prematuras vocaciones al mundo del ‘artisteo’ suscitaban grandes resquemores dentro de las familias consideradas como 'de orden'. Infantiles sueños eran cercenados de raíz con una buena bofetada, a cuenta de una escandalizada madre, recibida por una inocente criatura que osaba exclamar: "Mamá quiero ser artista".
Por fortuna, los tiempos actuales son mucho más permeables a la hora de ejercer la profesión que cada uno le venga en gana. El rancio clasismo se ha visto superado por una suerte de ‘meritocracia’, en la que predomina más las propias habilidades profesionales y personales que la posición social ‘colocada’ a la hora de nacer.
Pero también ocurre el fenómeno a la inversa; desde el aparente desempeño de una profesión tan digna como la de artista, ésta se use para escalar a una posición ficticia, ‘rara’, obtenida más por presiones y chantajes que por méritos propios. Sólo así se entiende que la celebridad conocida como Bárbara Rey haya obtenido durante unos buenos lustros la atención mediática, obteniendo pingües beneficios económicos en cada aparición en la denominada ‘prensa rosa’.
La veterana artista deslumbró con sus largas piernas allá por la década de los 70 del pasado siglo, al benemérito monarca Juan Carlos I. Como homenaje a su apellido artístico, la vedette hizo que el soberano disfrutara bárbaramente gracias a sus capacidades artísticas, y parece ser que la relación entre ambos se prolongó hasta mediados de los 90.
Que el padre de Felipe VI se caracteriza por tener una bragueta muy democrática, a la Historia le importará poco. Relaciones como la sostenida por la vedette y el Rey emérito tienen un recorrido muy corto, los asuntos de la entrepierna deben quedar en el ámbito de la privacidad.
Sin embargo, la información publicada al respecto no es tranquilizadora, durante mucho tiempo la señora Bárbara Rey ha percibido, presuntamente, generosas prestaciones económicas procedentes de fondos públicos, a cambio de su discreción. Cuando doña Bárbara veía agotar sus reservas, concedía una entrevista y amagaba con sacar información ‘caliente’ fruto de las indiscreciones que ‘alguien poderoso’ le había proporcionado, y que bien se había encargado ella de grabar. En poco tiempo, su cuenta bancaria veía aumentar sus cifras, y no parece que no gracias a las aportaciones de empresarios del sector artístico.
Los fondos públicos que generosamente han sostenido las arcas de la vedette (presuntamente y a tenor de la información ofrecida por multitud de medios) no surgen de la fortuna privada de Don Juan Carlos I, si no de los impuestos de todos los ciudadanos. Ese punto es el que me provoca una gran indignación. ¿Cuantos episodios como el actual se habrá visto sometido el Rey Juan Carlos? ¿Habrá más entrañables amigas en disposición de chantajear al soberano a costa de dinero público?
Me sorprende que un personalidad tan eminente en la Historia reciente de España, con una formidable aportación al avance de la democracia y las libertades en nuestro país gracias al magistral papel desempeñado durante la Transición y la práctica totalidad de su reinado (Don Juan Carlos concitaba una gran aprobación popular hasta bien entrado el año 2010), vea enfangada su imagen con escarceos y aventuras que no benefician en nada a la ejemplaridad que debe mantener frente a la ciudadanía.
No hablo de exigir a un Rey un comportamiento propio de un santo, pero sí un fuerte sentido de la responsabilidad personal y de la dignidad que merece la institución que encarna. La Corona en pleno siglo XXI se justifica exclusivamente en la aceptación popular, la Familia Real si quiere ser respetada debe primero respetar a la ciudadanía, así de sencillo. Sus privilegios nacen de cumplir unas obligaciones. Y asuntos como el de Bárbara Rey no deben ser tolerados.
Si el Rey Emérito desea mantener sus relaciones de amistad, es muy libre, ahora que ya no es monarca, pero los gastos que se ‘originen’ que se los pague él, que durante mucho tiempo le han salido muy baratos. Y posiblemente le costaron el reinado. La Historia dirá.