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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 17:55

La dignidad del trabajo humano

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

El día 1 de mayo celebramos el día del Trabajo, que la Iglesia ha puesto bajo el patrocinio de san José Obrero. Con esto motivo os ofrezco unas breves pinceladas sobre el trabajo humano en la Biblia y en la Enseñanza de la Iglesia.

En la Biblia el trabajo pertenece a la condición originaria del hombre: es una característica propia y exclusiva del ser humano, pertenece a su dignidad. Cuando Dios Creador plasmó al hombre, a su imagen y semejanza, lo invitó a trabajar la tierra (cf. Gn 1, 28; 2, 5-6). Fue el pecado de nuestros padres lo que transformó el trabajo en fatiga y dolor (Gn 3,6-8); pero en el plan divino el trabajo mantiene inalterado su valor y su finalidad. El propio Jesús trabajó durante años con su padre José; era el "hijo del carpintero" (Mt 13,55).  Por ello, san Juan Pablo II habló del ‘Evangelio del trabajo’, escrito por Jesús al trabajar con sus propias manos la mayor parte de su vida en esta tierra e introducir así el trabajo en la obra de la redención del hombre y del mundo, realizada por Él con su misma vida terrena (cf. Discurso de 19.3.1981).

Es muy importante comprender el trabajo humano bajo esta perspectiva. El hombre se dignifica precisamente por el trabajo, porque mediante él desarrolla su dignidad y sus capacidades, contribuye al sostenimiento propio y de la familia así como al desarrollo de la creación y de la sociedad. Por esto es muy doloroso que tantas personas, sobre todo jóvenes, no encuentren un empleo. Y por ello es preciso que el trabajo se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto a la dignidad humana y al servicio del bien común.

En la Encíclica ‘Laborem excercens’ podemos leer que “el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo” (n. 6); éste no es una ocupación servil, que el mundo antiguo reservaba a los esclavos, sino que es propio de los hombres libres; más aún, es una expresión de libertad creativa, en la que el hombre ofrece la medida de la propia capacidad de colaborar en la creación misma. El trabajo nunca puede ser usado como medio de explotación ni considerado como una mercancía, que valga más o menos según la calidad y la cantidad de la oferta. Esta mentalidad mercantilista, más o menos solapada, se encuentra detrás de la precariedad de no pocos contratos de trabajo, de la mano de obra barata, de las dificultades para la maternidad en la mujer trabajadora, de tantos contratos eventuales….

Benedicto XVI, siguiendo a san Juan Pablo II abogó por una coalición internacional a favor del trabajo decente; es decir "un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación".

Y el papa Francisco ha señalado que, ante un mundo globalizado, un trabajo para ser digno ha de ser libre, creativo, participativo y solidario.  A esto hay que añadir la necesidad del descanso dominical, para que el hombre no idolatre el trabajo, pretendiendo hallar en él el sentido último y definitivo de la vida.

La actividad laboral debe finalmente permitir "al hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación" (GS, 35). Para ello no basta la necesaria cualificación profesional; no es suficiente tampoco la creación de un orden social justo y atento al bien de todos.

Se necesita vivir una espiritualidad que ayude al cristiano a santificarse a través del propio trabajo. El ser humano se hace cercano a Dios por su trabajo y participa en su obra creadora. Así lo entendió San José, que proveyó con su trabajo a las necesidades de la Sagrada Familia e hizo de su trabajo oración y santificación en su taller.