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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 10:33

¿Yo soy una víctima o un verdugo del terrorismo?

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María B. Alonso Fabregat. Psicóloga Clínica y Forense. Coordinadora del Centro Asociado de la UNED de Vila-real.

La manifestación de la violencia humana es una conducta compleja, a nivel estructural tiene un triple sistema de respuesta, implicando los aspectos fisiológicos y emocionales, los esquemas cognitivos instrumentalistas para el fin y una conducta motora manifiesta. Definido así, parece algo simple, bien lejos de la verdad.

Jamás se debe de olvidar la existencia de un contexto sociocultural y un marco histórico que encuadra y da aún mayor complejidad a comportamientos violentos como el terrorismo. También, antes de empezar, quiero dejar constancia por ser tema de actualidad la falacia e injusticia que es identificar islamismo con formas violentas e inhumanas de conseguir el poder. Asimismo quiero dejar fuera en esta reflexión cualquier ideario oriente-occidente y ‘ellos y nosotros’, no considero que eso se deba justificar, ni quiero hacer juicios de valor. Mi intención no es otra que dar voz a las reacciones de las personas que, lejos de los escenarios religiosos y políticos, sufren cada día por las consecuencias del terrorismo en este caso, y de la violencia en general.

Actualmente, y con más frecuencia de la que desearíamos, cuando vemos las noticias nos invade el terror, el disgusto, la angustia, el dolor por el sufrimiento de otros. Aparecen víctimas de todas las edades, de todas las nacionalidades y en cualquier rincón de nuestro planeta. Víctimas cuyo único delito fue estar desafortunadamente en una ubicación geográfica determinada y pertenecer a una cultura y pensamiento diferente de los atacantes o incluso no haberse cuestionado jamás el ideario de nadie y que sus agresores, de forma cobarde e inesperada, les arrancan la vida o les hieren gravemente. Agresores cuya única intención es pillar desprevenidas a “sus ovejas” que van a sacrificar, sin darles ninguna posibilidad de defensa… ¿Quién no ha empatizado con la familia de Ignacio Echevarría?, ¿Quién no empatiza con los jóvenes, casi niños, que estaban viendo a su famoso favorito en un concierto?, ¿Quién no empatizó con los turistas que iban caminando tranquilamente?, ¿Quién no empatiza con cualquier atentado donde se ve heridos niños?, ¿Quién no empatizó con las imágenes de un mercado árabe tras un atentado?. Y qué decir de la vuelta al mundo de la imagen del pequeño niño Sirio herido.

Nosotros que no estábamos allí en esos momentos del 'sacrificio', ya que nos encontramos a miles de kilómetros del atentado, pero en otras ocasiones hemos estado en puertas,  o  escasos metros, o en nuestras mismas localidades. Reaccionamos con cierto nivel de angustia, más o menos elevado, que hace que nos vayamos sensibilizando ante la barbarie, produciendo en nosotros respuestas de alarma y percibiendo el mundo cada vez con mayor indefensión.

Si aprendimos algo tras el atentado de las Torres Gemelas, es que la guerra no se libra ya en los campos de batalla, todos estamos en guerra en cualquier parte del mundo. Esta guerra de guerrillas puede ocurrir en cualquier latitud. La principal razón y "ethos" es el fanatismo, la propia endoculturización de los agresores con herramientas de manipulación psicológica, con estrategias de lavado de cerebro. Solo basta ver el perfil de terrorista actual, todos jóvenes que se han desarraigado moral y socialmente, radicalizándose. Pero lo mismo podemos concluir de otros terrorismos anteriores.

Hoy, ante un grito, ante un golpe, ante una respuesta de posible alarma, reaccionamos ya de forma desmesurada. Vivimos cada vez más inmersos en el ‘psicoterrorismo’ que representa la continuidad de ataques imprevisibles e incontrolados, somos víctimas psicológicas de la barbarie, ya nos condiciona el día a día. Cada vez más, valoramos el desplazarnos por vías alternativas a las grandes estaciones, a los grandes aeropuertos,… Vivimos con miedo diario y nos resulta más difícil disimular.

Somos conscientes que para hacer daño solo se precisa, en lo instrumental, un vehículo y cuchillos de cocina o explosivos caseros. Por tanto, no es de extrañar que, en un futuro no muy lejano, ocurra casi a diario en cualquier pequeña ciudad: a la salida de un colegio, en un supermercado, a la salida de un cine, en una galería comercial… Lo único que se precisa es una mente radicalizada (cerebro deshumanizado, ‘desempatizado’ que ha perdido y desprogramado sus propias bases neurológicas del miedo, por la pérdida de la vida y con implantes ideológicos o chips ideológicos no importa si son de naturaleza política o religiosa de ayer o de hoy…) y dos cuchillos de cocina. Por tanto, en la medida que tomamos conciencia de este hecho somos ya víctimas del terrorismo.

Si en el mundo una palabra o una idea, el poder geoestratégico o las riquezas den razón y justificación para decidir sobre la vida y la muerte de otros, seguiremos siendo víctimas y verdugos o verdugos y víctimas. No hemos cambiado tanto de la visión del guerrero del Neolítico.