Jorge Fuentes. Embajador de España.
El mecanismo de las pensiones de jubilación es un logro social que nace en el siglo XIX, junto con los sindicatos como parte del Estado de bienestar creado por los partidos socialdemócratas.
Su base fundamental reside en la solidaridad y en la convicción de que el ahorro privado no sería capaz de asegurar en todos los casos -ni siquiera en la mayor parte de ellos- la supervivencia digna de los ciudadanos en el periodo comprendido entre el momento de su jubilación laboral hasta el de su fallecimiento.
Una primera aclaración: para muchas personas la pensión de jubilación es un mal negocio ya que colocadas las aportaciones que durante toda su vida laboral entregó a la caja de la seguridad social, en razonables operaciones bursátiles, al final de su vida laboral, el contribuyente podría haber acumulado unas pensiones que superarían con mucho a las que viene percibiendo.
Tal formula de carácter liberal tendría, sin embargo, el serio inconveniente de que no todos los ciudadanos tendrían la prudencia o la habilidad de convertirse en inversores con el resultado de que muchos jubilados se encontrarían al final de sus vidas sin ahorros, sin inversiones y sin pensiones.
Acaba de descubrir la OCDE -un club de los 35 países occidentales más prósperos- que las pensiones que se perciben en España son demasiado altas ya que alcanzan el 80% del último sueldo cobrado, en tanto que en la mayor parte de los restantes socios no alcanzan el 55%.
No aclaran los sesudos responsables del club parisino que en muchos casos, ese 55% supera en cuantía a nuestro 80% y ello debido a la diferencia de sueldos comparativos. También ignoran que en nuestro país, en muchas profesiones, los cónyuges viudos perciben solo la mitad de la pensión del pensionista difunto.
Hemos descubierto igualmente que dentro de unos 30 años, en España tendremos 77 jubilados por cada cien trabajadores y ello debido a la escasa natalidad en nuestro país y al envejecimiento de nuestra población, la segunda más longeva del mundo después de la japonesa.
Consecuencia inevitable es que con unas expectativas de vida que pronto se acercaran a los cien años, no podemos pensar en jubilarnos antes de los 80, lo cual si es viable en profesiones sedentarias no lo es en las que exigen un cierto esfuerzo físico. Es necesario encontrar una solución para estas últimas.
Y también habrá que solucionar el hecho de que en el reducido mercado laboral de nuestro país que suele dejar en la cuneta al 20% de la población activa, retrasar la edad de jubilación podría tener como consecuencia el demorar aún más la incorporación de la juventud al mundo del trabajo.
Puesto que los capítulos del presupuesto que se refieren al paro, la jubilación, la sanidad y la educación son intocables so pena de ir a una revolución social violenta, solo quedan otras dos vías a las que recurrir: la disminución radical de los gastos destinados a la puesta en marcha del Estado y sus múltiples instituciones (políticos, parlamentarios, judicatura, funcionariado, ejercito etc.) y la reforma económica que cree mayor actividad empresarial, reduzca el número de parados y aumente la productividad de nuestros trabajadores.
No sé cuál de las dos soluciones es más fácil. O más difícil.