Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
Se acerca la Navidad. Con frecuencia nos quejamos del sesgo que va tomando la Navidad en una sociedad marcada por el bienestar material, el consumo, la diversión, la superficialidad y la indiferencia religiosa. Nos duele cuando se oculta su sentido cristiano en adornos públicos o en felicitaciones, o se promueve la desaparición en espacios públicos de los símbolos navideños típicamente cristianos.
Pero, si somos sinceros, reconoceremos que ese ambiente consumista, hedonista y pagano ha hecho ya mella en muchos cristianos. En lugar de lamentarnos deberíamos favorecer en nosotros mismos y en los demás una buena preparación a la Navidad en el Adviento, que pide la conversión de mente, corazón y vida a Cristo, que viene a nuestro encuentro.
El Adviento nos exhorta a una escucha más frecuente de la Palabra de Dios, a una oración más intensa, a una celebración asidua de los sacramentos y a una caridad más fuerte con los pobres y necesitados. De una seria preparación depende la celebración gozosa de este acontecimiento de fundamental importancia para cada uno de nosotros, de la humanidad y de la historia: Dios viene a nosotros en su Hijo, que nace en Belén, y nos ofrece su amor, su vida y su salvación.
Un modo muy concreto de prepararnos para la Navidad es recuperar en nuestras casas los símbolos cristianos navideños, como son el belén y el árbol, y hacerlo con fe.
El belén en casa es una invitación a la fe, al amor y a la unión en la familia. No puede reducirse a una mera costumbre o a un motivo decorativo propio de este tiempo de Navidad; y no debe ponerse porque nos lo piden los niños. La familia cristiana es una iglesia doméstica, donde padres e hijos oran, viven y celebran la fe.
Hacer entre todos el belén es además una ocasión privilegiada para crecer en el amor mutuo, en la unidad y en el mutuo conocimiento, y es una manera de expresar la fe. Poner el belén recuerda a todos que están viviendo un tiempo especial, en el cual Dios les manifiesta con claridad su infinito amor. Así mismo, el belén debe ayudar a que la familia tome conciencia de que el Niño de Belén es el mismo Jesús que será crucificado y que resucitará en la Pascua gloriosa, para la salvación de cada uno de ellos y de toda la humanidad.
El belén en el hogar se convierte así en una especial llamada de Dios a todos los miembros de la familia a prepararse espiritualmente para conocer mejor y crecer más en el significado salvífico que tiene el nacimiento de Cristo; es también una ocasión para un encuentro más personal con Jesús y avanzar cada día en la conversión.
El belén en casa es presencia viva de Jesús en la familia. A su alrededor, la familia cristiana se reúne para preparar y celebrar la Navidad: Jesús nace en el pesebre de Belén por amor a todos y a cada uno de nosotros. Cuando la familia ora alrededor del belén -costumbre que es necesario rescatar- allí, aunque de un modo invisible, Jesucristo está presente y la acompaña en su oración; pues Él nos enseñó que "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20).
La imagen del niño Jesús en el pesebre es un signo que ayuda a que la familia crezca en la vivencia de una realidad cierta, aunque invisible a los ojos: Jesucristo quiere estar siempre presente en la familia en todas las circunstancias de la vida. El belén, pues, debería una ocasión de especial renovación espiritual, de convivencia cariñosa, de más amor, de más paz, de mejor preparación para la venida de Cristo en esta nueva Navidad.
Entre nosotros se ha ido estableciendo también la costumbre de poner el árbol de Navidad. Este árbol nos habla del árbol de la Vida, plantado en el Paraíso. Pero a su vez el árbol de Navidad nos remite al árbol de la Cruz, donde Cristo vence al Maligno: Jesús en el árbol de la Cruz se constituirá en el nuevo árbol de la Vida.
El verdor y la frescura del árbol de Navidad son símbolos de la vida del creyente que, por acción de la gracia de Dios, debe permanecer lozana y frondosa. Las luces del árbol de Navidad nos hablan de Cristo, luz del mundo. Y nos recuerdan que la luz es símbolo de alegría, de vida, de felicidad, de gloria. La estrella colocada en lo más alto del árbol nos evoca la estrella de los Magos, aquella que los guió a su encuentro con Cristo.
Nuestra fe viva y vivida en la venida de Cristo en la Navidad nos llevará también a dar público testimonio colgando en los balcones o ventanas de nuestras casas un símbolo de la Navidad cristiana.