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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 21:28

Spain is diferent (V). Un país en fiesta

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

No tengo grandes dudas de que los capítulos previos de esta mini-serie sobre la España diferente apuntan a tres graves anomalías de nuestro país: la tendencia rupturista, el paro masivo y el olvido del propio idioma no pueden convivir con la existencia de un país robusto, orgulloso y próspero.

De los dos capítulos que cierran el culebrón, no estoy tan seguro. Para muchos españoles y europeos el contenido de estos dos capítulos no constituyen defectos sino ingredientes neutros o incluso atractivos del modus vivendi de España. De hecho, para el resto del mundo,  uno de los grandes tirones que arrastran a  millones de turistas cada año a nuestra tierra, aparte del sol y las playas, es la alegría disparada en forma de fiestas.

De los países que conozco, España es el que más fiestas celebra. Cada capital, cada ciudad, cada pueblo y aldea y, dentro de ellos, cada barrio y urbanización tiene sus fiestas. Varias fiestas. Muchas. A cualquier persona que decidiera participar en todas ellas le resultaría imposible hacerlo pues cada día hay docenas de celebraciones en diversas partes del territorio nacional.

Hasta aquí, nada que objetar. Las fiestas son señal de alegría y prosperidad. Atraen turistas propios y ajenos, embellecen los lugares. Pero también es cierto que los festejos tienen su lado oscuro. En primer lugar cuestan dinero, en parte recogido por las propias asociaciones festeras pero también en otra parte aportados por los ayuntamientos con cargo al presupuesto nacional creado por los contribuyentes muchos de los cuales ni disfrutan ni participan de los jolgorios, más bien huyen de ellos.

Por otro lado, las fiestas reducen la actividad laboral, encogen los días productivos del año y ello, en un país plagado de puentes y acueductos, resulta más que cuestionable. Por último, las fiestas suelen involucrar el maltrato y la denigración de animales que son (o eran) arrojados desde campanarios o acosados por las calles con los cuernos en llamas.

Sé que éste es un canto a la luna, que las fiestas son consustanciales a nuestro país (la famosa novela de Ernest Hemingway ambientada en Pamplona durante los Sanfermines, “The sun also rises” – “El sol también sale” – es conocida en medio mundo como “Fiesta”), que España privada de las Fallas, de la Feria de Sevilla, de los encierros de San Fermín, de la Magdalena, no sería la misma. Soy consciente de que ningún gobernante nacional, autonómico o municipal osaría recortar o suprimir las festividades so pena de perder toda posibilidad de reelección. Por lo tanto, mi pequeña moraleja de hoy se limitará a recomendar ajustar las fiestas a las posibilidades de un país y un mundo en crisis, hacer bien las cuentas de gastos e ingresos, respetar la tranquilidad y el reposo de quienes desean sobrevivir a los jolgorios. Y, sobre todo, seamos respetuosos con nuestros amigos los animales, no vayan a pagar ellos el pato de nuestros excesos lúdicos.