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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Una noche en la Embajada

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

La otra noche, el Embajador de España en Polonia, Javier Sanabria, sabedor de que nos encontrábamos en su demarcación, nos invitó a cenar para charlar y presentarnos a sus más inmediatos colaboradores.

Pese a que el Embajador lleva solo un año en el país, me sorprendió por la excelente información con que contaba sobre Polonia y su muy buena disposición hacia el país que -como el mismo decía- con un crecimiento de un 5,1% es el que más rápido prospera en Europa después de la pequeña Malta (8%), siendo una potencia demográfica y económica equivalente a las de Hungría, Chequia, Eslovaquia y los tres países bálticos juntos.

¿De qué hablan los bomberos cuando se reúnen a cenar? Sin duda de historias de bomberos. Con los diplomáticos ocurre otro tanto. Nos habíamos reunido tres generaciones de profesionales pero todos participábamos por el interés por el mismo tipo de anécdotas. Evocamos algunas de distintos compañeros acreditados en Polonia desde los muy remotos tiempos del comunismo  hasta nuestros días.

El embajador Jorge Fuestes en la Embajada de España en Varsovia.

Recordé a mis compañeros que, hasta la muerte de Franco, España no tuvo plenas relaciones diplomáticas con los países del Pacto de Varsovia (Polonia incluida, naturalmente) pero que a fin de canalizar el significativo flujo comercial y humano existente entre ellos, se abrió en cada uno de los países comunistas, una Representación Consular y Comercial, eufemismo para evitar la titulación de embajadas de fuerte peso político.

A la Representación en Varsovia, España envío a un profesional veterano cuyo nombre evitaré, y al joven Secretario Javier Rupérez, brillante diplomático ya desde entonces con fuerte vocación política, militante de la Democracia Cristiana de Ruiz Giménez y de ‘Cuadernos para el Diálogo’.

El estilo moderno y dialogante de Rupérez debió chocar con el mucho más conservador de su jefe que acabó expedientándolo por considerar que confraternizaba demasiado con el comunismo local.

Rupérez fue enviado al pasillo del Ministerio en Madrid, hasta que pronto, otros Embajadores con más luces, conscientes de la valía del joven Rupérez (estoy pensando en figuras legendarias de la Carrera como Aguirre de Cárcer y Solano), lo destinaron a Helsinki para que se integrara en la naciente Conferencia sobre ‘La Seguridad y la Cooperación en Europa’ (CSCE, más tarde transformada en OSCE).

Conocí al delator y al delatado cuando fui a Varsovia a contraer matrimonio con mi polaca mujer. Ambos firmaron en mi Libro de Familia válido hasta hoy. Con Rupérez cimenté una amistad imperecedera. Es bien sabido que continuó una brillantísima carrera que le llevó a ser Embajador en la OTAN y en Washington, Diputado, Senador, notable escritor, miembro de la Academia de la Historia y raptado dos veces: por la ETA y por los golpistas del 23-F.

La moraleja de la historia es clara: un traspiés al comienzo de carrera, siempre que se produzca por la buena causa, puede incluso ayudarnos en la profesión.

Fue el Embajador Sanabria quien evocó más tarde, los muchos compañeros que encabezaron la Embajada desde aquellos tiempos remotos: Villacieros, Navarro, Mendivil, Fábregas, Núñez entre muchos otros. Se entretuvo más en recordar el caso de Juan Pablo de Laiglesia, sobrino del famoso humorista Álvaro de Laiglesia, director durante muchos años del semanario ‘La Codorniz’ y de quien el Embajador había heredado su gran sentido del humor.

Estaba convencido de que tras su puesto en Varsovia, la lógica de las cosas llamándose Juan Pablo (como el entonces Papa Polaco, hoy Santo), viniendo de Polonia y siendo su apellido Laiglesia, su siguiente destino debía ser el Vaticano.

No lo estimó así el entonces Ministro Margallo que le envió el fatídico telegrama ordenándole se reincorporara al Ministerio en espera de destino, lo que en la jerga diplomática significa, ir al pasillo. Laiglesia contesto con otro telegrama diciendo “gracias Ministro, pero hubiera preferido ventanilla”.

Margallo nunca se lo perdonó pero Borrell acaba de repescarlo al borde de la jubilación para nombrarlo Secretario de Estado.

Casi la misma moraleja, pero esta vez en las postrimerías de una carrera.