Jorge Fuentes. Embajador de España.
Nací en la Avenida del Reino de Valencia (en aquella época llamada de José Antonio y conocida como de las Palmeras), en la confluencia con la Gran Vía Marqués del Turia. Nombres todos estos evocadores para mi de tantos recuerdos de juventud: el lugar en que estaba emplazado el colegio de los Dominicos donde estudié el bachiller, el ‘tontódromo’ en que al caer la tarde paseábamos los jóvenes para socializar; los cines de barrio --el Tiris, el Coliseum, el Goya, el Ideal-- en que era posible ver dos, tres y hasta cuatro películas en una tarde de jueves o domingo; los futbolines y billares; el kiosko de tebeos de la esquina en que aguardaba con avidez la aparición de los últimos números de ‘Las aventuras de FBI’, ‘El inspector Dan’, ‘Hazañas bélicas’, ‘Roberto Alcázar’ o ‘El guerrero del antifaz’ y tantos más cuyas primeras ediciones conservo hasta hoy pulcramente encuadernadas.
Vuelvo a Valencia con mucha frecuencia. Allí viven mis hermanos, mis condiscípulos, muchos amigos. Ir a Valencia o a Castellón desde nuestra villa de Benicàssim no puede considerarse un viaje sino un paseo. A Valencia solemos ir en el tren de cercanías y me emociona revivir el paso por las 19 estaciones existentes entre las dos ciudades, cuyos nombres retengo de carrerilla desde mi infancia por el mismo mecanismo que guardo también los apellidos de mis compañeros de colegio.
Cruzar los campos de naranjos en primavera con el aroma del azahar impregnándolo todo, es una experiencia sobrecogedora. Ver más tarde los árboles cargados de naranjas es igualmente hermoso. Pero resulta dramático ver avanzar el invierno, las cosechas sin coger y los frutos cubriendo el suelo de los campos.
Valencia es una ciudad extraordinaria, tercera en población de España pero sin que tenga nada que envidiar a las dos primeras. Ninguna alcanza la intensidad cultural de la capital de España ni el tipismo de Zamora, Gerona o Córdoba. Pero Valencia tiene todo lo que se puede desear en la vida: gran luminosidad, clima templado todo el año, un mar apacible y próximo, formidables establecimientos y unas posibilidades para callejear que parecen no agotarse nunca.
Un paseo por la calle de los Caballeros hasta perdernos en los recodos que nos conducirán hasta el museo del Carmen y el IVAM; zigzaguear en el rectángulo comprendido entre Colón y la Gran Vía y luego hacer otro tanto en el barrio de Salamanca y aun en el de Ruzafa hoy convertido en el SoHo bohemio y étnico del Turia.
Viví en Valencia en los años cuarentas y cincuentas, incluido el año de la dramática riada. Es emocionante ver ahora que la cuenca del río, antaño casi siempre vacía y lista para facilitar docenas de partidos de futbol simultáneos, es hoy sede de la modernísima ciudad de las artes y las ciencias, impresionante núcleo cultural admirado en el mundo … y criticado por algunos sectores valencianos. Calatrava, Mariscal, Berlanga, Nino Bravo, Sanchis Sinisterra, grandes valencianos de hoy como Sorolla, Benlliure y Blasco Ibañez lo fueron de ayer.
Desde hace décadas Valencia está gobernada por el partido popular y el apoyo de la comunidad valenciana ha sido decisivo para la victoria del PP a escala nacional. Los valencianos han sido siempre amantes de su patria chica pero respetuosos y conscientes del sentido unitario del país. Ambos rasgos --el casi seguro voto derechista y el sentido nacional— han derivado con frecuencia en un olvido del gobierno central de las aspiraciones de la comunidad en beneficio de otras autonomías ferozmente reivindicativas.
Por haber adoptado nuestra Comunidad el nombre de su capital, Valencia, hace que se refleje aquí a escala regional un defecto parecido al que aqueja a España toda: el centrifuguismo, la tendencia a que las otras dos provincias --Castellón y Alicante-- miren hacia el norte y hacia el sur en lugar de mirar hacia la bella capital del Turia.
Si España toda requiere hoy una regeneración global, Valencia la necesita aun más La corrupción que ha sacudido regiones como Andalucía, Cataluña, Baleares, Galicia etc ha marcado a Valencia de forma injusta pero profunda. Es urgente recuperar la marca ‘Valencia’ que tantas veces en nuestra historia --con la seda, con las naranjas, con la cerámica-- , acudió al rescate de España aupando la sufrida economía nacional.
Por cierto, enhorabuena por el éxito de las recién clausuradas Fallas; mal que pese a Montoro.