José Vicente Ramón Moreno.
Hace muchos años que no veo el Festival de Eurovisión completo y, así como este año, ni siquiera una parte porque tenía otras obligaciones relacionadas con mi trabajo, pero les aseguro que al enterarme de la clasificación final de nuestros representantes me sentí algo humillado, como español, por el resto de países participantes.
Quizás los sesudos organizadores de la representación española no tienen ningún interés en que nuestros cantantes ganen o, me atrevo incluso a pensar, que reciben órdenes de altas esferas para que no presentemos canciones con posibilidades.
Comento esto porque me parece increíble que la mayoría de españoles nos demos cuenta de que hay que ir al Festival con una canción pegadiza, con gracia, que pueda ser incluso algo discotequera, y no con baladas ñoñas o canciones sosas con grupos poco llamativos visualmente o con cantantes que rozan el ridículo.
Salvo muy pocas excepciones, como la de Rosa López con los triunfitos que consiguieron un digno puesto, más por lo mediático del enorme triunfo que tuvo OT1 (y que no han vuelto a conseguir las ediciones posteriores ni por asomo), que por la ‘magnífica’ canción con la que nos presentamos, en muchas más ocasiones hemos conseguido destacar por lo contrario, llegando a nuestro climax particular ridiculizante al manejar la barca, descalza, Remedios Amaya.
Tampoco estaría de más cultivar las relaciones con los países vecinos, como hacen los nórdicos o los países del este, a fin de medrar en el politiqueo de las votaciones y no convertirnos en un islote engreído al que luego ponen en su sitio con la dureza del correctivo hacia el ridículo.
No es fácil conseguir el último puesto y eso debería estar premiado. Este año casi lo conseguimos. ¡Ánimo, que al año que viene tenemos otra oportunidad!
