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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 14:22

Las vergüenzas

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Hace meses dediqué varias columnas a analizar los grandes rasgos, buenos y malos, que hacen de España un país diferente.

Mencionaba entonces, nuestro magnífico legado artístico y cultural, el clima, la gastronomía, las playas y los montes y, en el otro lado del espectro, hablaba también del mal aparato productivo que deja inactivo a un elevado sector de la población; del desafecto por nuestra lengua nacional una de las más importantes del mundo; de un país volcado a lo festivo  y a lo superficial, obsesionado por replantear su Historia hasta volver a tiempos semi-feudales.

Añadiré hoy unas ideas más a este paisaje y abundaré en algunas de aquellas.

España puede estar orgullosa de su Historia que incluye la gesta americana no superada por ningún otro pueblo; también puede estarlo cuando piensa en algunos de sus empresarios que se sitúan entre los más potentes del mundo; y también de sus deportistas que en las principales prácticas –fútbol, tenis, baloncesto- obtienen magníficos resultados. Ojala que hoy mismo se consagre Madrid como ciudad olímpica para 2020.

Pero hay cuatro rasgos estructurales de los que nuestro país no puede sentirse orgulloso y que los propios españoles miraríamos con desdén si los viéramos reunidos en cualquier otro país del mundo. Y fíjense que no voy a mencionar la tan cacareada corrupción ya que en mayor o menor medida es el pecado capital en el mundo entero.

Hay países europeos con tasas de paro del 20% (Grecia, Croacia), hay otros con tendencias territoriales centrífugas (Bélgica, el Reino Unido), hay un país (Irlanda) con parte de su territorio amputado y ese mismo Estado tuvo un terrorismo desaforado. Pero ninguna nación europea –y pocas en el mundo- concentra esas cuatro lacras y en parecida medida que España.

Un país en el que no se ponía el sol, tan grande era su Imperio, entra en la modernidad sin haber recuperado la fracción de su territorio que le había sido arrebatada, Gibraltar. Y que ni por activa ni por pasiva consigue torcer la voluntad de la potencia colonial.

Un país que hasta hace poco aspiraba a entrar en el G/7 y que aun ahora se encuentra entre la docena de los más desarrollados del mundo, pone en marcha su aparato productivo dejando en la cuneta al 27% de la mano de obra.

Un país que está replanteando constantemente su pasado –el de hace siete décadas y el de hace siete siglos- podría optar por sentirse firmemente unido por un pasado común pero España parece optar por una fatiga política que le lleva al separatismo.

Y por último un país en que el terrorismo, que nos atenazó durante medio siglo, se muestra ahora triunfante en las Instituciones a través de sus partidos admitidos en el sistema por la debilidad del Gobierno.

Nunca nos podremos dar por vencidos respecto a esas cuatro lacras que tenemos que superar si queremos ser el gran país, el país orgulloso y fuerte que siempre fuimos. Tarea difícil pero irrenunciable.