Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
Hoy no es fácil hablar de vocación, y menos aún como don y llamada de Dios. Hay muchas razones de tipo social, cultural e intraeclesial. Falta una perspectiva global de la persona como proyecto de vida. Además el contexto cultural actual propone un modelo de ‘hombre sin vocación’, totalmente autónomo, señor y dueño de su vida y existencia, sin apertura ni referencia alguna a Dios. El futuro de niños y jóvenes se plantea en la mayoría de los casos sin contar con una posible llamada de Dios.
Sin embargo, una mirada creyente descubre que todos tenemos una vocación: la llamada de Dios al amor. En las primeras páginas de la Biblia leemos que “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó: varón y hembra los creó” (Gn 1,27).
Dios es amor, nos dice san Juan, comunión en el amor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque Dios es amor y somos creados a su imagen y semejanza, nuestra identidad más profunda es la llamada al amor. Dios llama a cada uno a la vida por amor; Él nos crea para amar y ser amados en esta vida, y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. Este es nuestro origen y nuestro destino, el proyecto de Dios para cada uno.
Por eso no hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados. El verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien del otro. Así nos lo muestra Jesús con sus palabras y hechos, y, sobre todo, con la entrega de la propia vida hasta la muerte, para que en Él tengamos Vida (cf. 1 Jn 4, 9-10).
El hombre y la mujer estamos hechos para amar y ser amados; nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. La llamada de Dios creador al amor se profundiza en el bautismo que nos hace hijos e hijas amados de Dios en su Hijo, Jesucristo, y nos llama a vivir el amor en su seguimiento sea en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el matrimonio.
Todo bautizado debería ponerse a la escucha y preguntarse por qué camino concreto lo llama el Señor para vivir su llamada al amor. Bien como sacerdote para entregar la vida por amor al servicio de la vocación de los hermanos, en nombre y representación de Jesús. Sea consagrándose enteramente a Dios y ser signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de los hombres para Dios. Sea en el matrimonio para vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor entre Cristo y la Iglesia.
Descubrir el camino concreto por el que Dios llama a vivir la vocación al amor, es la clave de toda existencia humana y cristiana, y garantía de libertad y felicidad.