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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 21:28

Ripollés

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Jorge Fuentes. Embajador de España

Para algunos el verano de 2021 será recordado por ser aquel en que la factura eléctrica alcanzó su cota más alta de la historia forzando a muchas familias a optar entre refrescarse o comer.

Para otros, este verano será el de los Juegos Olímpicos de Japón en que España no consiguió alcanzar las 22 medallas de Barcelona 92 pero sí las 17 de Rio 2016. Más seguro que a muchos, el verano, les quede en la memoria por el hecho de que Messi salió del FC Barcelona para ir a parar al PSG donde acaban refugiándose no pocas glorias de los tronados equipos españoles.

Para mí, 2021 será el verano en que después de dos años horribles de confinamientos y aislamientos, pudimos volver a abrazar a nuestros hijos y nietos pasando julio y parte de agosto con ellos.

Pero para no pocos, en Benicassim y en la región  este verano será recordado por la exposición que el pintor Ripollés presentó en la sala de Villa Elisa, después de cuatro décadas sin exponer en España un tiempo en que el prestigio del pintor creció a nivel mundial convirtiéndose en uno de los principales artistas españoles.

Conocí a Ripollés hace muchísimos años: al menos, hace casi medio siglo. Mi primera noticia sobre él me llego a través del libro de Manuel Vicent 'Angeles o Neófitos', que el autor subtitulaba 'Libro devocionario del beato Ripo en cuatro jornadas de perfección y un horóscopo para incrédulos' en que el protagonista es un ermitaño en el Desierto de las Palmas convertido en gurú milagrero para creyentes de la región.

Poco después y a través de su marchande, una holandesa inteligente, penetró en el mercado europeo e intentó hacerlo también en el norteamericano. La marchande fue invitada en nuestra casa cuando nos encontrábamos destinados en Washington. Pronto sería frecuente ver cuadros de Ripo  en galerías de todo el mundo y sus esculturas labradas en cristal de Murano, en todas las tiendas de Venecia. Mucho más tarde vino un importante contrato con China que lanzaría una serie de cómics sobre la base de una de las figuras diseñadas por el castellonense.

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Visitamos con gran frecuencia a Ripo en su casa/estudio de Más de Flors y fuimos asiduos asistentes a sus impresionantes fiestas de Plenilunio de verano en que el pequeño pueblo quedaba literalmente invadido por los invitados que llegábamos de distintas partes de España y Europa. Me dijo que cada una de aquellas fiestas le costaba tres millones de pesetas de las de entonces.

Compramos muchos de sus cuadros para nosotros y para familiares y amigos. Ripollés, generoso y desprendido, nos obsequió con otros muchos que alegran varias paredes de nuestra casa.

Salvando distancias, la exposición de Villa Elisa me recuerda la que Picasso organizó cuando contaba 88 años en el Palacio de los Papas de Avignon. La crítica alabó mucho la alegría de vivir del genio malagueño plasmada en lienzos que, pese a su avanzada edad, pintaba en cuestión de horas, probablemente azuzado por su marchand que quería reunir obra  en los días que podían ser finales del pintor.

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Ripollés cuenta con 89 años y a juzgar por el documental que se proyecta junto a la exposición, su salud es excelente. Resulta fascinante ver cómo procede para completar una gran obra en el huerto de su casa. Una obra en que experimenta con todo tipo de materiales (piedras, metales, arenas) y vivos colores.

Ripo sigue siendo un joven, un niño casi nonagenario. Seguro que tiene cuerda para rato. Sentimos no poder saludarle el día de la inauguración. Sin duda volveremos a verle en su hermosa masía donde, al caer la tarde el artista se engalana con sus ropas blancas y su pañuelo con cuernos de diablillo. Y ofrece al visitante los mejores manjares de su huerto.