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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 21:28

Los papeles de Manglano

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

La última vez que puede charlar con Emilio Alonso Manglano fue el 3 de Octubre de 2003, en los jardines de la Embajada de la Republica Federal de Alemania en Madrid, donde se celebraba la unificación de las dos Alemanias, Fiesta Nacional del país. Recuerdo que el Embajador alemán pronunció unas amargas palabras de despedida pues acababa de ser cesado como consecuencia de unas imprudentes declaraciones públicas.

La noche del principio del otoño era hermosa, en el jardín frente al paseo de la Castellana. Pero el ambiente parecía haberse conjurado para ser deprimente. El General Alonso Manglano, habitualmente positivo y optimista, me contó sus penas, su tremenda decepción por la forma inmisericorde con que le había tratado el Gobierno, el Ejército, la prensa y la sociedad en su conjunto, ignorando lo mucho que él había hecho por España a lo largo de su vida. Acabó confesándome su propósito de abandonar el país, trasladarse a los Estados Unidos y no volver nunca más.

Conocí a Manglano un cuarto de siglo antes de aquel último encuentro. Era 1978. Me encontraba yo destinado ante la Oficina Comercial en la Yugoslavia de Tito, que acogía durante varios meses la reunión de continuidad de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) que pocos años antes, en 1975, firmaba en Helsinki la histórica Acta Final que intentaba ordenar la caótica Europa surgida de la Segunda Guerra Mundial.

Pan de Soraluce fue nombrado al frente de la delegación de España en que yo fui su segundo. Para hacerse cargo de la comisión de defensa, llegaron a Belgrado el Coronel Martin de Santiago Concha y el Teniente Coronel Alonso Manglano. Puesto que yo era el único miembro de la delegación con residencia permanente en el país -los restantes vivían en hoteles- me sentí en la obligación de entretenerlos y organizar para ellos, excursiones por el país. Nació así una firme amistad que en el caso de Manglano se vio reforzada por el hecho de ser ambos valencianos.

Provenía el Teniente Coronel -por entonces rondando la cincuentena y con una carrera militar correcta sin más- de una aristocrática familia levantina con la que más tarde tuve bastante proximidad.

Alonso Manglano estaba casado con una dama norteamericana y tenían dos hijos. Por entonces no sabía yo de su noviazgo una década antes con la musa de la transición Carmen Díez de Rivera, romance que se desvaneció por la firme vocación militar de Manglano y las veleidades místicas de Carmen.

Me reencontré con Emilio en Octubre de 1980 cuando la OSCE se reunió en Madrid y ambos fuimos miembros de la delegación española. Por entonces Manglano había ascendido a Coronel y era el segundo jefe de la Brigada Paracaidista de Alcalá de Henares.

Fíjense en las fechas. Apenas cuatro meses después del comienzo de la Conferencia de Madrid, se produjo el golpe de Estado del 23-F y como consecuencia de ello, el gobierno de UCD, en pleno cambio de Suárez a Calvo Sotelo nombró a Manglano, saltándose todas las reglas de antigüedad, Director del CESID, los servicios de inteligencia de la defensa, el jefe de los espías.

Un cargo importante siempre pero que, con Manglano cobró mucho más prestigio. Trasladó su sede desde el palacete de la Castellana, frente al Ministerio del Interior, hasta unas instalaciones más convenientes de nueva planta en la Cuesta de las perdices, creó una red de agentes en todo el mundo, logró insertar a nuestros servicios en el prestigioso grupo de Berna a la par con los servicios de inteligencia occidentales y modernizó el Centro conforme correspondía a una democracia moderna. Manglano pasó a ser el tercer hombre más influyente de España. Y el mejor informado.

Nuestra amistad se mantuvo por encima de tantos cambios. Aquel Coronel, que mantenía despachos continuos con el Rey, con los sucesivos Presidentes de Gobierno y los Ministros, nunca dejó de recibirme cada vez que yo volvía a España ya fuera desde Nueva York, Túnez o Washington.

Aunque nombrado en el cargo por las derechas, aquel militar monárquico, católico y conservador, se mantuvo en el puesto durante los años del gobierno de González. Hasta que sobre la base de las supuestas escuchas ilegales a Herri Batasuna, fue imputado, cesado en su cargo, juzgado y aunque declarado inocente, el mal ya estaba hecho, el juicio de la tele ya se había producido y el General de División era ya un hombre desmoralizado, que vivió aún una quincena de años, arropado por su familia y sus amigos, lejos de los flashes.

El excelente libro "El jefe de los espías" de los periodistas Fernández-Miranda y Chicote, ha removido la historia y repuesto al General en su verdadera dimensión, en el lugar exacto en que llegó a estar y aborda las maquinaciones que se urdieron en su entorno.

Valga este mi modesto recuerdo para contribuir a empujar en esa misma dirección.