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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 20:36

El convenio de Vergara

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

El 29 de agosto de 1839 se firmaba un pacto en Oñate entre Espartero y  los carlistas que ponía fin a la primera guerra dinástica. El 31, festividad de San Ignacio de Loyola, se escenificaba el abrazo en Vergara entre Espartero y el general carlista Maroto. Los oficiales rebeldes se podían integrar en el ejército si lo deseaban, sin pérdida de rango ni de sueldo, y los presos que aceptaran el convenio saldrían a la calle. El acuerdo había sido promovido por Espartero sirviéndose de los buenos oficios de su amigo Aviraneta, cuyas hazañas y semblanza describe Pío Baroja, y que había sido  destacado a Hendaya por el gobierno isabelino para, desde allí, mover los hilos de la negociación.

Parece que la historia se repite en ese eterno retorno de acontecimientos y  personajes.  Los matices y ropajes son distintos. En la rueda de prensa de Vergara no hubo encapuchados anunciando el cese de la lucha armada, sino dos generales a cara descubierta y con dos ejércitos frente a frente. Cuando ETA anunció que dejaba las armas sin entregarlas, cosa que sí se hizo en Vergara, fue una escenificación unilateral, ya que se nos presentó como una iniciativa de la banda terrorista y no como un acuerdo a dos bandas, que es lo que en realidad hubo. ETA nos vendía la burra de hacernos un gran favor al dejar la lucha armada, después de mil asesinatos, y exige en agradecimiento que salgan a la calle los presos de la organización.

Para que la negociación llegara a buen puerto el gobierno de Zapatero tuvo que dar señales de benevolencia, tales como el acercamiento de presos y liberación de algunas estrellas del terror con el pretexto humanitario de enfermedad terminal como Juana Chaos o Bolinaga. Pero no siendo esto satisfacción suficiente hubo que pasarse al enemigo, en prueba de buena voluntad y dar el chivatazo al dueño del bar Faisán que actuaba como agencia tributaria de la banda y abortar así la operación policial prevista para detener a los del correo, que el día siguiente debía ir a Francia para hacer entrega del impuesto revolucionario a la Hacienda etarra. Fue así como el propio ministerio del Interior actuó como colaborador de banda armada y es éste el motivo por el que la infame sentencia de esta semana sólo atribuye a los dos polis condenados el delito de revelación de secreto, y no el de colaboración con banda armada, evitando así la cárcel que es mala consejera tal como se demostró con Rafael Vera, Amedo, Domínguez y Barrionuevo.

La sentencia, que no ha merecido comentario ni por parte del PP ni del PSOE, pretende cortar los hilos que nos lleven al Aviraneta de turno. ¿Es Rubalcaba? ¿Zapatero? ¿Eguiguren? ¿O la cosa viene de más lejos y empezó en 2004 en Perpiñán, no en Hendaya, con Carod Rovira que ya entonces negociaba con ETA dejar a Cataluña libre de la acción de los terroristas? Todo indica que aquí ha habido, y hay, varios Aviranetas actuando  concertados con un objetivo común. Habrá que rebobinar la película desde aquel encuentro. Hay un fuerte hedor a golpe de estado temporizado en tampones como esos medicamentos de acción retardada. Pero oler, vaya si huele.