Rafa Cerdá Torres. Abogado.
"Son ganas de preocuparse por nada"...piensa María. Las llamadas de sus hijos, sin ser constantes, aparecen reflejadas en la pantalla del teléfono móvil, regalo de sus nietos las pasadas Navidades. El dichoso aparato es útil, le explican, pero ella no acaba de hacerse con él. No tiene ganas de contestar, apagaría el aparatito de marras, y se quedaría tan tranquila...pero entonces, sus hijos se asustarían y acabarían por molestarla todavía más. En el fondo, les entiende, incluso agradece su preocupación, pero no quiere más jaleo alrededor de ella. Estos días pasados los recuerdos han caído como piedras por un barranco sobre ella y sólo desea recuperar su calma.
Calma que no es como aquel silencio espeso y compacto que lo cubrió todo. Ese silencio en forma de ausencia total de palabras y hasta de sentimientos, el vacío que se apoderó de ella cuando le dijeron que su hijo Manuel había muerto. A pesar del hachazo, María comenzó a despedirse de él en el mismo instante que le vio entrar en el Hospital Militar. Aquel amasijo de carne y hueso ensangrentado se encontraba condenado a morir. La bomba lapa colocada en los bajos del coche, catapultó a Manuel como un proyectil humano a varios metros de distancia sobre el suelo. ETA había segado una vida una vez más.
Manuel siempre manifestó su voluntad de ser militar, y vaya que si lo consiguió. Aprobó las pruebas de ingreso en la Academia, y en pocos años dio inicio a su carrera como joven oficial. Los inicios de la década de los años 80 fueron tiempos muy duros, en los que la banda terrorista asesinaba cada casi semana a miembros del Ejército, la Policía y la Guardia Civil. Manuel fue otro cadáver más a anotar en la lista de sangre de los terroristas.
Para María y los suyos, la muerte de Manuel fue el inicio de un durísimo camino. Funeral, condolencias de los mandos militares y autoridades políticas, portadas de periódicos,...y con el transcurso de los días, de nuevo el silencio, siempre el silencio. El comienzo de una vida sin su hijo. Sólo ella sabe lo que sufrió, al igual que sus otros hijos y su marido. Pero poco a poco, los mimbres de la vida vuelven a tejer nuevos cestos donde depositar recuerdos y vivencias. Y también la esperanza de comprobar como la espiral de odio y muerte que mató a su hijo, iba poco a poco disolviéndose gracias a la implacable persecución de las integrantes de la Policía Nacional y la Guardia Civil. ETA estaba siendo acorralada, y sus sicarios encerrados entre rejas. María no quiso asistir al juicio del Comando que asesinó a su hijo. Sabía que si miraba a la cara de aquellos que mataron a Manuel sentiría un profundo odio hacia ellos. Y no se lo podía permitir, ellos mataban por odio mientras que para ella Manuel representaba una promesa de vida.
María no se quedó encerrada en su casa tras el asesinato de Manuel. Ayudó a su propia familia, consoló a otras madres, mujeres, hermanas e hijas que sufrieron la misma amputación dolorosa que ella, y participó en las asociaciones de víctimas que nacieron con la esperanza de no ver incrementado sus miembros. La primera vez que oyó las palabras ‘Doctrina Parot’ le sonaron extrañas. Cuando le explicaron lo que significaban, se alegró. Es una cuestión de simple justicia: los posibles beneficios a los que los asesinos puedan acogerse mientras cumplen su condena, se aplican sobre la totalidad de la pena impuesta, y la mayoría de los terroristas tenían multitud de muertes a sus espaldas.
Como madre de un asesinado por ETA siempre deseó justicia, nunca venganza. No quiere que nadie sufra lo mismo que ella, y una buena forma de evitar esa espantosa experiencia era saber que los culpables del atroz crimen se encontraban a buen recaudo. Ahora no será así. Un Tribunal que ella no conoce, ha dictado una sentencia que acortará la duración de la condena de los asesinos de su hijo. María escuchó la noticia por la radio. Por mucho que escuche las explicaciones de políticos y juristas en radio y televisión, y lea sesudos artículos de periódico sobre la cuestión, sencillamente no entiende qué ha ocurrido. Cuales han sido los motivos que han considerado personas extrañas, muy legales ellas, pero muy alejadas de la más elemental justicia. La irretroactividad de las normas que aumentan las penas por terrorismo, parece ser la principal razón que usa el Tribunal para dictar sentencia a favor de una terrorista.
Palabras, palabras y más palabras de una jerga jurídica que ella no entiende, ni quiere comprender. Sólo conoce una realidad: que Manuel está muerto. Asesinado por terroristas que ahora verán acortada su estancia en prisión, e incluso podrán reanudar sus vidas. Y podrán hacer todo aquello que Manuel no puede hacer: abrazar a sus familias, encontrarse con sus amigos,.... sencillamente vivir. María querría atesorar los mismos recuerdos de su hijo, pero Manuel fue asesinado: no pudo conocer al sobrino que lleva su nombre, ni asistir a las bodas de sus hermanos, compartir la vida con sus amigos, formar una familia, abrazar a sus padres,.... El recuerdo de María es solo la constancia de una ausencia. Ella, como tantas madres de víctimas del terrorismo, no puede atesorar la memoria de su hijo asesinado, y este hecho no puede ser reparado por ninguna Justicia.