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viernes, 31 de enero de 2025 | Última actualización: 15:25

Estudiantes emigrantes

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Miguel Bataller. Ciudadano del Mundo y Jubilado.

Me sorprenden y conmueven todas las manifestaciones y expresiones de disconformidad en los ambientes universitarios, ante las reducciones de  las Becas Erasmus fruto de la coyuntura económica actual, que obliga a todos los Ministerios a una serie de recortes en todos los aspectos.

Y no puedo menos que recordar como fueron mis dos experiencias como estudiante primero, y como post graduado después, hace la friolera de más de cincuenta años las dos.

La primera la viví al terminar el primer curso en la Escuela Técnica de Exportación en el Colegio de los Salesianos de Burriana en el verano de 1962.

Quería mejorar mi conocimientos de la lengua francesa, y todas las facilidades que tuve fueron las de tener amigos de mi familia materna que tenían parientes en Mazamet cerca de Carcasonne en el Departamento del Tarn et Garonne, y estos señores conocían a los dueños del Hotel du Grand Balcon, y a través de ellos conseguí mi “beca personal” trabajando los meses de verano como recepcionista del hotel, a cambio de cama y comida con el único aliciente de las propinas que pudiera recibir.

Estaba a punto de cumplir los dieciocho años cuando volví, después de hacer un derroche de nostalgia de mi familia, de mi entorno y de mis veranos españoles, pero cargado de experiencias y con una fluidez en francés mucho mejor que al llegar.

Aprendí el valor de la autosuficiencia, superé todos mis temores y los retos que se me presentaron y sobre todo me di cuenta de lo gratificante que podía llegar a ser el demostrarme a mi mismo, que podría sobrevivir por mis propios medios.

Este fue mi Erasmus, sin costarle una sola peseta al erario público, y muy pocas a mis padres, que me pagaron los billetes de ida y vuelta en tren y algo mas para imprevistos, que yo les devolví lleno de satisfacción al regresar, aunque no me lo aceptaron.

Mi segunda experiencia, mi Beca Leonardo da Vinci para post graduados, también con financiación familiar a ser reembolsada a mi regreso, la realice en Londres dos años después, pero alargando mi estancia desde primeros de verano hasta final de año.

En esas circunstancias, debo recordar con una gratitud particular a D. Vital García España, exportador de cítricos de Carcagente y amigo de mi padre, y a su representante en Inglaterra un magnifico Mr. Hebron , que me llevó con él desde Carcagente a Londres en uno de sus viajes con su esposa en coche, y me albergaron en su hogar  durante una semana en Hatch End, en la periferia de Londres, justo el tiempo que necesité para poder manejarme en el metro, para desplazarme con cierta naturalidad.

Se resistieron a que abandonara mi estancia en su casa, pero contacté con un amigo de Carcagente que llevaba ya residiendo en Londres cierto tiempo, y conseguí alquilar una habitación en Paddington al precio de seis guineas semanales, que era lo que me podía permitir después de encontrar un trabajo como pinche de cocina, en un Kenko Coffee Shop, en Kensington Street, prometiendo visitarles con frecuencia, para tranquilizarles a ellos y a mis padres.

Durante los cuatro meses largos que estuve allí, cambié varias veces de trabajo, ya que estaba con visado de estudiante, y al no tener permiso de trabajo, sólo me duraban los trabajos, el tiempo de confianza que me daban mis empleadores.

Progresé y llegue a ser auxiliar de cocina en un restaurante griego en Paddington, yo que en mi casa, nunca había aprendido a freír un huevo.

Trabajaba de 8 a 16, asistía a una academia de inglés de 5 a 7 tres días a la semana y aún recuerdo la terrible cefalea que padecí la primera vez que quise ir al cine, y el martirio que era querer entenderlo todo, para no entender apenas nada.

Poco a poco el problema fue desapareciendo, y de nuevo me di cuenta que con esfuerzo y ganas, se puede conseguir cualquier objetivo al alcance de nuestras capacidades, y volví para pasar las Navidades en casa, cargado de experiencias y de regalos para demostrarles a mis padres, que con mi mayoría de edad, había llegado mi autosuficiencia.

Quizás motivado por esas dos vivencias de un chaval inexperto, y tras dos años de trabajar en banca al acabar el servicio militar en el Sahara, orienté mi vida a una permanente “emigración corta”, que realizaba con mucha frecuencia, pero nunca por más de un mes.

Y esta vez con gastos pagados y por razones profesionales, en una formidable empresa, emblemática y pionera en la exportación de artículos de iluminación en bronces: PERIS ANDREU S.A.

Permanecí muchos años, siendo un “emigrante de ida y vuelta”, y ese fue el premio al sacrificio de mis dos experiencias de “becario sin beca”, apoyado por mis padres y por mi esposa (entonces novia en la segunda de ellas), que fueron quienes creyeron en mí y nunca me condicionaron formativa ni profesionalmente.

Aquellas fueron mis plataformas de lanzamiento a una carrera profesional que he disfrutado durante casi cuarenta años, sintiéndome siempre profundamente realizado en todos los sentidos, y ahora alimentándome de recuerdos imborrables.

Con esta columna, sólo pretendo establecer un estado comparativo con esos becarios Erasmus o Leonardo da Vinci, que no necesitan financiarse a si mismos para adquirir esas experiencias, y se lamentan lastimeramente si se les reducen o cancelan las becas.

Nunca podrán sentir la satisfacción que yo siento, ni se esforzarán como yo lo hacía, porque lo que se consigue con facilidad no se valora en absoluto, y prefieren pensar que “la sociedad está en deuda con ellos, en vez de ser ellos los que le deben a la sociedad, todo lo recibido hasta ahora gratuitamente”

Cada tiempo, tiene sus pros y sus contras, y esta es una contra evidente de la sociedad actual, en la que todos reclamamos derechos, olvidando nuestras obligaciones y reponsabilidades.