Jorge Fuentes, Embajador de España
Leo con algún retraso el libro de Cayetana Álvarez de Toledo (CAT) 'Políticamente indeseables', una obra con un nivel intelectual muy por encima de la media de las abundantes memorias que circulan por estos lares.
La autora desborda cultura y lances biográficos que la emplazan a mitad camino entre una auténtica cosmopolita y una aventurera desraizada, lo que hace dudar porqué decidió asentarse en España, cuando acaso por su formación hubiera encajado mejor ya fuera en el Reino Unido o en su Argentina natal.
A través de sus páginas CAT cuenta sus raíces familiares, su formación como doctora en Historia por Oxford, su entrada en el periodismo y su fichaje por Pablo Casado como candidata a las elecciones catalanas y como portavoz parlamentaria del PP.
Se explaya la autora en narrar sus enfrentamientos con Pablo Iglesias y con Teodoro García Egea, su defensa a ultranza de un constitucionalismo liberal, de un feminismo amazónico y de un catalanismo patriótico español, todo ello haciendo gala de un ego estratosférico que la convierte en cada página en una política tan deslumbrante como difícil de encajar en los modestos parámetros nacionales.
Fue una lamentable candidata en Cataluña que obtuvo esqueléticos resultados (un escaño) y una aún peor portavoz que hace preguntarse cómo Casado pensó en ella para asumir semejante responsabilidad.
CAT hubiera sido una excelente analista política, una gran redactora de discursos, una valiosa colaboradora desde la discreción de un gabinete. Pero carecía de la contención necesaria para actuar ante los micros y los focos donde quedaban muy de manifiesto sus superlativos excesos.
Su libro refleja sin ambages las grandezas y debilidades de su ditirámbica autora. Pero, por añadidura, proporciona pistas que permiten comprender 'avant la lettre', la tormenta que arrollaría al PP pocos meses después de la salida de Cayetana de sus funciones parlamentarias.
Más que criticar la política del Gobierno de Sánchez y de sus aliados, CAT se explaya en atacar a lo que se había convertido en su némesis: sus propios correligionarios del PP. Ahí aparece Casado con su brillante pero con frecuencia desorientada bonhomía, más ocupado en humillar a Abascal que en hacer una verdadera oposición.
Carga en Teodoro García Egea, con su autoritarismo y escasez de luces, la responsabilidad por la dispersión del partido, la falta de cohesión regional, los recelos para con los y las barones más destacados, todo lo cual llevó, vertiginosamente, a la revuelta que defenestraría al presidente Casado, al Secretario General García Egea y a algunos de sus más allegados, volviéndose evidente que tras la caída de Rajoy, el relevo normal hubiera sido Feijóo y que aquellas primarias y el rifirrafe Casado-Sainz de Santamaría, fue un debate en falso que ocultaba la vía normal de sucesión que debía haberse producido con Feijóo, quien por entonces declinó.
Toda esta aventura deja a muchos un amargo sentimiento proustiano de 'tiempo perdido'. Casado dejó momentos luminosos -sus brillantes discursos sin chuletas, su simpatía personal, su bondad innegable- frente a otros excesos verbales, el mayor de los cuales tuvo a Abascal como destinatario. Y en especial, la impresión que transmitía de que no llegaba a debilitar a Sánchez y que quizá no hubiera sido capaz de desplazarlo en unas elecciones generales.
¿Qué será de Casado? Se merece lo mejor aunque no será fácil que lo obtenga. Quizá el fantasma de Hernández Mancha se le aparece por las noches. ¿Y qué será de Teodoro? Es un buen ingeniero y un campeón de lanzamiento de huesos de aceituna con lo que tiene sus labores y sus ocios asegurados.
Ellos, como Albert Rivera, como Pablo Iglesias, como Rosa Díez, como la propia Cayetana y tantísimos otros, ejemplifican la grandeza y la dureza de la política que un día te eleva a lo más alto para al siguiente hacerte notar que, desde allí, la caída será mayor.