Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.
Quien haya visitado Las Médulas, en el Bierzo casi galaico, habrá comprobado que ya los romanos usaron la fractura hidráulica como método minero de extracción del oro. Los latinos llamaban a esta técnica ruina montis, sin ningún recato eufemístico. Hoy, en román anglosajón, se denomina fracking. El método, salvadas las distancias tecnológicas, es el mismo. Los romanos usaban en el Bierzo el desnivel de los embalses para inyectar agua a presión en las galerías y el fracking usa el compresor y aditivos químicos para una inyección más letal y contundente.
Así como en Doña Francisquita por el humo de los celos se sabe dónde está el fuego, así los romanos siguiendo las pepitas de oro que arrastraba el Sil llegaron a las fuentes que doraban sus aguas fluviales: Las Médulas, unas montañas de aluvión y cuyas tierras auríferas sólo precisaban ser lavadas con agua para arrancarles el preciado metal, moneda en estado puro para el Imperio Romano que, entre los siglos I aC y V dC, tuvo en Hispania su mayor yacimiento de oro. Ello obligó a Octavio Augusto a desplazar a sus legiones para proteger sus minas y contener a los astures, lo que dio origen a la ciudad de León, una fundación castrense.
El destrozo ecológico o ruina montis de Las Médulas romanas ha dado paso hoy a un lugar paisajístico de primer orden, tal vez el mayor destino turístico berciano. No ocurre así con las zonas donde hoy se practica el fracking, en la extracción del oro actual, sea en estado líquido o gaseoso. En este caso, las consecuencias medioambientales no sólo afectan al paisaje, sino a las profundidades del subsuelo, donde se ponen en riesgo los acuíferos alterando su curso y contaminando sus aguas con metales pesados y con los aditivos químicos que potencian la fractura del subsuelo. En Estados Unidos, donde hubo también una larga tradición de bateadores de oro fluvial en Nevada y Arizona, saben mejor que nadie las consecuencias nefastas del fracking, si bien el grado de tolerancia de los americanos a los abusos ecológicos raya lo escandaloso. Y así, su silencio.
Esta semana el Senado ha dado luz verde a la Ley de Evaluación Ambiental que acepta el fracking como método de búsqueda y explotación de yacimientos energéticos, lo que facilitará los trámites para que se lleven a cabo prospecciones en las comarcas de Els Ports y de l’Alt Maestrat así como la explotación de la bolsa de petróleo cercana a las Columbretes. A nuestra ruina montis añadiremos la ruina maris, todo ello con la venia del PP en las Cortes de Madrid y en les Corts Valencianes. En ambos foros los del PP han dejado sola a la Diputación de Castellón y a su presidente Javier Moliner, quien se ha sumado a la oposición al proyecto de ley después del susto sísmico del Cástor. Bastarán cuatro meses de silencio administrativo del Ministerio de Industria para que las empresas solicitantes pongan en marcha sus proyectos, aunque ayuntamientos y administración local se opongan a ellos.
El gobierno argumenta su posición por la riqueza que genera el proyecto, un impacto de mil millones y cien puestos de trabajo. Comparado con la riqueza que generaron Las Médulas –casi dos millones de kilogramos de oro y trabajo para 60.000 esclavos, según Plinio el Viejo- los resultados previstos de este fracking para la zona no llegan a ser ni la chocolatina del periquito. Serán la ruina de nuestros depauperados acuíferos. Otros se llevarán el oro, dejándonos para los lugareños las aguas sucias, pocos euros de propina y un plus de sustos medioambientales. Si grave es jugar con los pilares de la tierra, no menos grave es hacerlo con los votos ciudadanos. En ambos casos se ataca a los fundamentos.