Decidí dar el paso en política convencida de que esta era una vía para resolver los problemas de mis vecinos, para mejorar las condiciones de mi pueblo y convertirlo en un ejemplo de desarrollo, bienestar y oportunidades.
Lo hice comprometida con el pueblo que me ha visto crecer, el mismo en el que hoy crece mi hija y donde tengo el orgullo de desarrollar mi profesión como docente y aprender, cada día, de mis alumnos.
Ellos son prácticos y directos. Sin filtros. Y esa sinceridad es un valor que la política debería practicar más a menudo en lugar de tratar de engañar con medias verdades o falsas promesas.
Mi pueblo vive bendecido por la propaganda que pagamos de nuestros bolsillos. Y qué suerte si todo aquello que se vende como un hecho fuera una realidad. El problema llega cuando la promesa se esfuma y deja paso a la indignación.
Vivir en el despacho de un ayuntamiento te impide ver la realidad que hay fuera. Esa que no se fotografía pero que sigue ahí, latente, esperando soluciones que no llegan.
Almassora urge un plan de limpieza integral que garantice que mi pueblo reciba el servicio justo que paga con sus impuestos. En playa, pueblo y Santa Quitèria, en los polígonos industriales y en zonas de huerta, hace falta estar comprometido con un problema que lleva siete años enquistado.
El civismo y el compromiso individual debe ser la base, pero la gestión municipal no puede irse de rositas como lamentablemente ocurre. Hay que actuar, y no escudarse. Hay soluciones y hay que buscar cómo implementarlas para que Almassora sea un ejemplo de limpieza y no un modelo de vertedero.
Y para conseguirlo, hace falta escuchar. Y hacerlo con una actitud proactiva. Porque cuando la realidad cotidiana va por un camino y quienes gobiernan viven instalados en su universo paralelo difícilmente se puede ayudar.
Estoy convencida que hay otra forma de hacer las cosas y que mis vecinos tienen mucho que decir. Solo hace falta que alguien les escuche con el deseo de activar soluciones. Y nosotros estamos preparados para hacerlo posible.
