A los 91 años, acaba de fallecer Mihail Gorbachov, una de las personalidades más influyentes del siglo XX que ocupó la presidencia de la URSS entre 1985 y 1991.
Fue él, junto con Reagan, Juan Pablo II, Thatcher, Willy Brandt, Walesa y Kohl, quienes habían logrado dibujar la Europa tal como entró en el siglo XXI. La reciente lectura del libro "El último Imperio" del historiador ucraniano Serhii Plokhy, actualmente profesor de la universidad de Harvard, me hizo ampliar un tanto las miras y comprender que a todos aquellos nombres había que añadir algunos más como George Bush, Yelstin y los líderes de las restantes 14 Repúblicas de la URSS, especialmente el presidente de Ucrania, Mykola Plaviuk.
Los líderes occidentales apuntados, incluido el Papa polaco minaron desde distintos ángulos -el político, el militar, el económico y el espiritual- los cimientos del bloque soviético, propiciaron la reunificación de Alemania y desmontaron el Pacto de Varsovia.
Para la dislocación de las quince repúblicas que constituían la Unión Soviética fue fundamental sin embargo, la participación de algunas de estas repúblicas, deseosas de poder alcanzar su independencia y poder marcar su propio destino separadamente del diktat de Moscú.
Para algunos de ellos -los tres bálticos, los tres transcaucásicos y Ucrania principalmente- las libertades que la Perestroika y el Glasnost (Cambio y Transparencia) trajeron consigo, no eran ya valores suficientes. Buscaban más libertades que solo la independencia podía proporcionarles.
Gorbachov fue una figura fundamental en todo el proceso porque al abrir la puerta del cambio con la importación de los valores que hacían de la vida en Occidente algo más placentero que bajo el sistema comunista, la caja de Pandora estaba abierta resultando imposible frenar el proceso y aun más, ponerle la marcha atrás.
Por supuesto, Gorbachov no pretendía liquidar la Unión Soviética ya que siendo su Presidente, hubiera supuesto hacerse el harakiri y ceder el mando a los líderes de cada una de las quince repúblicas. Pero lo que es más, tampoco los Estados Unidos, con George Bush al frente, buscaban desmontar la URSS. De hecho, Bush y su esposa Barbara congeniaron muy bien con los Gorbachov que quedaron prendados del estilo de vida americano. Los Bush apoyaron en todo momento a sus colegas rusos particularmente en los tiempos duros del intento de golpe de Estado cuando se encontraban veraneando en Sebastopol.
Bush se entendía mucho mejor con Gorbachov que con el presidente de Rusia Boris Yelstin, quien al pactar con los líderes de Ucrania, Bielorrusia y más tarde de Kazajistán condujeron a la URSS a su inevitable ruptura.
Gorbachov fue siempre muy bien valorado en Occidente ganando muy merecidamente el Nobel de La Paz en 1991, no tanto por haber propiciado el fin de la URSS -cosa que, repito, nunca buscó- como por haber puesto los cimientos liberalizadores que una vez desencadenados no tenían más vías de desenlace que la disolución de la Unión Soviética.
Gorbachov sobrevivió aun tres decenios después de abandonar la presidencia soviética. Gozó de una gran popularidad en el mundo occidental donde era invitado con frecuencia a pronunciar conferencias, pero era mucho menos apreciado en la propia Rusia donde sobrevivió modestamente e ignorado en especial tras la muerte de su esposa Raisa en 1999.
Su impopularidad creció aún más cuando en 1991 le sucedió al frente de Rusia el ex jefe del KGB Vladimir Putin quien siempre consideró la quiebra de la URSS como una de las mayores catástrofes de la historia contemporánea, buscando a toda costa reconstruir la Unión por todos los métodos lícitos e ilícitos a su alcance. La invasión de Ucrania es uno de los caminos emprendidos en esa dirección.