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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 10:35

Abdicación

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Santiago Beltrán. Abogado.

Mucho se ha hablado de la salud del Rey Juan Carlos I de España, tanto de la física como de sus aptitudes mentales para la llevanza diligente de la Jefatura del Estado. Mucho se ha hablado y no únicamente por los detractores de la monarquía y del régimen político que supone que la sucesión sea hereditaria y no elegida democráticamente por el pueblo representado. También aquellos que abiertamente se manifiestan a favor de la Corona, andan hoy en día revueltos y dubitativos sobre la continuidad del actual Rey o la necesidad de su abdicación. Las razones parecen evidentes, y por citar algunas, señalaremos las siguientes: - en primer lugar, su salud física, sometida a innumerables operaciones quirúrgicas que han limitado considerablemente su movilidad y desplazamientos, al punto que es más fácil verlo con muletas que sin ellas; - en segundo lugar, su salud mental, que muestras evidentes síntomas de cansancio, agotamiento y anquilosamiento, aunque solo sea producto de su edad y de la necesaria aptitud para ejercer un cargo de tanta relevancia; - en tercer lugar, su comportamiento personal, siempre tan afectado de las querencias propias borbónicas, pero en los últimos tiempos demasiado públicas y evidentes, sin contar con sus muy discutibles aficiones cinegéticas;-  en cuarto y fundamental término, porque no ha sabido controlar y evitar que los escándalos de corrupción de su familia más cercana, hayan afectado notablemente al prestigio y dignidad de la Casa Real, sin que, por otro lado, se haya desmarcado pública y expresamente de los mismos, y más bien al contrario los haya amparado abiertamente con declaraciones nada edificantes como las realizadas por el Jefe de la Casa Real, el ínclito Rafael Spottorno, presionando al Juez Castro para el cierre definitivo del caso Nóos.

Con estos mimbres es muy complicado que se restablezca la imagen de un monarca, enfermo, senil, aventurero y sin autoridad, moral y política, incapaz de dar ejemplo a sus más allegados, al menos en lo positivo, ya que para otro menesteres menos honorables, parece haber inspirado más de lo necesario.

La cuestión que debemos plantearnos es si presencia al frente del Estado es tan imprescindible, como para no dar paso a un maduro, preparado y curtido hijo, alejado sabiamente de cualquier escándalo o devaneo impropio. Ejemplos en la Monarquía europea los hay y muy cercanos en el tiempo, aunque, eso sí, en países con una seriedad y trayectoria democrática más aquilatada que la nuestra, e incluso, por buscar parangones y antecedentes, puede ‘venderse’ muy aceptablemente ante la opinión pública la ‘dimisión’ del Papa Benedicto, retirado por razones de salud, avanzada senectud e higiene moral. Es este un antecedente excelente, porque a excepción de los devaneos y aficiones raras de nuestro Rey, coinciden en ambas figuras puntos de analogía evidentes, que en el Vaticano puede materializarse en el caso Vatileacks o en el de la banca vaticana, como supuesto de corrupción no atajado por el Pontífice, como el del Rey con el caso Nóos.

Como será imposible la reforma constitucional en este punto, creo que nos vemos avocados a un cambio sucesorio inminente, que tal vez no se haya dado aun por la situación económica que nos afecta, sobretodo a muchos millones de personas en este país que, necesitando lo más imprescindible para subsistir, serían un caldo de cultivo demasiado sensible para manipularle ideológicamente en contra, no ya del Monarca sino de la propia Monarquía. Con el estómago lleno y con un mayor número de españoles trabajando, la necesidad del cambio no se vería como una catástrofe sino simplemente como una adaptación a los tiempos actuales, a través de un cambio generacional que aporta frescura, proximidad y modernidad.