Pablo Royo. Humanista.
Roberto Royo y Neus García, licenciados en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF) y diplomados en Magisterio de Educación Física; Iván Grañana, licenciado en Administración y Dirección de Empresas (ADE) con Máster en Recursos Humanos; Marta Fornals, licenciada en Traducción e interpretación; Saúl Recacha, Ingeniero industrial con Máster en Eficiencia energética y sostenibilidad de instalaciones industriales; Edith Aranzábal, diplomada en Enfermería; Antonio J. Rodríguez, Ingeniero en telecomunicaciones; Mª Encina Fuertes, Verónica Martínez y Arancha González, licenciadas en Humanidades; Diego Querol, Diseñador industrial; Mario Fernández, diplomado en Magisterio infantil; Héctor Molina, Ingeniero informático; Joan Balaguer, licenciado en ADE; Óscar Tomasi, licenciado en Periodismo; Efrén Peteiro, Entrenador de fútbol… son solamente algunos de los más de 6.000 castellonenses que se han tenido que marchar al extranjero a labrarse un porvenir desde el inicio de la implacable crisis económica en el año 2008.
Todos ellos tienen nombre y apellidos, número de DNI y comparten la nacionalidad y ciudadanía españolas, pero sobre todo lo que poseen es valor, mucho valor.
Por eso, os pido que reflexionéis un instante para recordar a esos familiares, amigos y conocidos que han tenido que coger las maletas y subir al avión.
Las cifras hablan por sí solas: más de 4.200 valencianos emigraron en el 2012, siendo más de 72.000 desde el inicio de la crisis. Y es que la Comunidad Valenciana se sitúa por encima de la media nacional, y Castellón como la provincia más afectada, pues en el 2012, más de 400 castellonenses decidieron marcharse, entre ellos mi hermano, mi otra parte, y un gran amigo decidieron saltar el Canal de la Mancha, junto a otros amigos y conocidos, cientos de valencianos y miles de españoles, sumando ya más de 390.000 personas desde 2008 según datos del CERA. Y es que el paro juvenil no hace más que incrementarse, registrando en el último mes de noviembre un nuevo record alcanzando el 57.7%, situándose así nuestro país líder en este colectivo en la UE, según los estudios de la oficina europea de estadística Eurostat.
Apartando mi mirada herida de estas estadísticas escalofriantes y neutralizando mis sentimientos para intentar aliviar mi desconcierto, no hago más que preguntarme frustrado cómo se han podido hacer tan mal las cosas, y me indigno al ver cómo los gobiernos de turno ni se inmutan de estar perdiendo a la generación de jóvenes españoles más preparada de la historia, ante un solemne fracaso de las sucesivas reformas laborales del último lustro que no han logrado integrar e incluir a los jóvenes en el mundo laboral. Y es que la juventud, no nos olvidemos, es el alma y el futuro de una sociedad, es más, el proyecto político-económico de un país debe concentrarse y girar en torno a ella, pues es la savia nueva, esencial, que permite nutrir y hacer crecer el árbol que forma una nación en su conjunto.
Hablamos de personas, la mayor parte cualificadas, que se lanzaron audaces en busca de una palabra vagabunda y maltratada en nuestro país, en peligro de extinción que hoy deambula moribunda y se prostituye abatida por las calles de nuestras ciudades, apocada y desprovista de ese destello que le caracteriza y que hace vibrar la vida humana.
Hablo de esa doncella llamada Oportunidad, el horizonte del hombre, en el que dibuja sus ilusiones y se construye a sí mismo al unísono que levanta su proyecto de vida, sintiéndose junto a ella capaz e importante, porque uno debe sentirse importante.
Y es que hoy en nuestras sociedades, el trabajo, ese derecho y deber fundamental, ha sido ultrajado. De ahí viene, inevitablemente, la tremenda desafección política, pues el paro carcome y mina la autoestima del hombre, que desempleado se siente culpable como inadaptado social, que unido al sentimiento de impotencia y a un desánimo exacerbado puede conducirle a una profunda decadencia personal. Ésta es la metafísica económica diseñada por el hombre contemporáneo, pues su vinculación al trabajo es tan fuerte, que sin él, todo se derrumba, una realidad tremenda difícil de digerir.
Así pues, es en ese curso metafísico de crecimiento madurativo y realización personal que promueve el trabajo, cuando uno toma absoluta conciencia de sí mismo y se descubre, se da cuenta, en primer término, de que es capaz de subsistir y valerse por sí mismo logrando su independencia y consiguiente emancipación, y sólo una vez superada esta fase que cubre sus necesidades básicas y le permite vivir, será capaz de mirar más allá, de valorarse como persona y ciudadano en plenitud, y proyectarse para dotar de valor existencial a su vida, como parte integral de una sociedad en la que desempeña una labor social, porque el hombre necesita y debe trabajar para vivir.
Como decía, en este paupérrimo contexto socioeconómico, se han lanzado en busca de una oportunidad miles de jóvenes españoles en una situación desmoralizante y de extrema incertidumbre en el marco de una sociedad desalentada por unos políticos en gran medida ineptos, y algunos de ellos corruptos que han estafado junto a sus cómplices, la banca más depredadora, a más de 47 millones de personas, a un país entero que ninguneado y apaleado va dando convaleciente tumbos sin rumbo, exhausto de tanta hipocresía y sumido en un deprimente nihilismo político que deriva en un desgarrador escepticismo social que envenena el espíritu del ciudadano de a pie, y que indefenso y desprotegido ve con sus propios ojos como se desmorona el ya indigente Estado de Bienestar, que velaba por los derechos sociales universales de seguridad social, sanidad, desempleo, pensiones, educación, servicios sociales, cultura y otros servicios públicos, que diseñaron y adoptaron los países democráticos europeos más avanzados tras la Gran Depresión que trajo el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, con el fin de que semejante barbarie jamás volviera a suceder.
Y es precisamente el secuestro de la oportunidad, el abandono que ha desencadenado sin cesar los movimientos migratorios en la historia de la humanidad, y por la que tantas personas se han jugado y perdido la vida, por tan solo conocerla, sentirla y tocarla. Pero nosotros, hoy europeos, tenemos esa suerte que no consuela, pero que hace que la realidad no sea tan trágica, aunque no menos dramática para nuestra nación.
Por eso, no seamos ingenuos pensando que ella nos espera al bajar del avión con los brazos abiertos, porque la hostia puede ser épica. Pues, ellos tienen que enfrentarse a la “etiqueta de extranjero”, y romperla; a mejorar con el tiempo el idioma y así su comunicación y consiguiente integración social y cultural; a sobrellevar en gran medida trabajos no cualificados y poco remunerados; a asumir la soledad y a saber convivir con ella; a escuchar el eco de la más estridente oquedad que hierve preguntándoles una y otra vez qué hacen allí; a aprender a vencer a la más fría melancolía; y a ver a los suyos esporádicamente vía Skype, o en fotografía, o a escuchar esas voces que aunque lejanas uno siempre las siente cerca, porque sabe que siempre le acompañarán allí donde esté.
Sin embargo, aunque admito que me preocupa esta situación, tanto a nivel personal como ciudadano, he de reconocer que no me deprime, a pesar de las dificultades que entraña su Odisea personal, no me compadezco de ellos. Siento orgullo y una gran admiración, porque a mí me representan más todos ellos que los políticos de este país. Porque tras cada escalón que superan dan una lección a nuestra sociedad, y demuestran a la casta política, sí, estos “jóvenes aventureros” que se reconocen como exiliados laborales, que están consiguiendo, paso a paso, adaptarse a los cambios y progresar a niveles laboral y personal, porque la realidad es que, con constancia, sacrificio y paciencia, la mayoría de ellos acaban logrando una estabilidad laboral que les permite vivir bien, algo que en España, hoy por hoy, no es posible en muchos casos, ante el brutal paro y la devaluación salarial que sacude despiadada a nuestra sociedad.
Por eso, no falten a la verdad, no disfracen la realidad nombrando como “movilidad exterior” e “impulso aventurero” al éxodo laboral y a la precariedad económica, porque ese desacierto a propósito revela una miopía intelectual de alta gravedad, cargada de una desfachatez insultante y una lasciva hipocresía hiriente e inadmisible.
Dicho esto, la inmensa mayoría de los españoles hoy no emigra por inquietud intelectual, ni interés cultural, ni apetencia ociosa, ni impulso “aventurero”, sino en busca de una oportunidad para desarrollarse como personas, viendo todos ellos, desenraizados, desde la distancia, la faz monstruosa de un gobierno extraviado que, además, dándoles la espalda se atreve imprudente a suprimirles el derecho a la sanidad una vez superados los 90 días fuera, mostrando otra vez su indiferencia e indecencia, e insalvable alejamiento de la sociedad civil, su razón de ser, su legitimidad popular.
Deseo que estas palabras aterricen en Cardiff, Bournemouth, Londres, Portsmouth, Brighton, Sheffield, Manchester, Liverpool, Múnich, Colonia, Stuttgart, Frankfurt, Lisboa, Atenas, Washington DC, Nueva York, Kazán,… y espero tan solo que os lleguen con la misma calidez y cariño con las que las escribo, que no se enfríen por el camino, ni se derritan de nostalgia, o revienten de impotencia al ser conscientes de que tal vez no volváis nunca, porque allí, sí que se os ha dado una oportunidad.