Recuerdo con gratitud y nostalgia los años que pasé en la Universidad. Frecuenté las Facultades de Ciencias Políticas y Derecho cuyas licenciaturas obtuve. Mi alma mater, sin embargo fue la primera de ambas, muy interesante en aquellos años sesenta.
Se encontraba asentada en el vetusto edificio de la calle de San Bernardo de Madrid, contiguo al Ministerio de Justicia y convertido en Asamblea de Madrid durante tres lustros hasta el cambio de siglo en que ésta fue trasladada a Vallecas.
En San Bernardo cursé los cuatro primeros años de la carrera. Era el centro de la ciudad y nos daba todo tipo de facilidades para tomar un chocolate en alguna de las numerosas cafeterías del barrio e incluso escaquear alguna clase prescindible en los acogedores cines de la calle.
San Bernardo facilitaba también incipientes manifestaciones de protesta contra ya imaginan quién, practicando carreras frente a los cada vez menos agresivos "grises".
Estas revueltas en el centro de la ciudad, decidieron el traslado de la Facultad primero a la Complutense y algunos años más tarde aun un poco más lejos, al otro lado de la autopista, para que las manifestaciones no contaminaran al resto de la Universidad, ni tuvieran eco sobre los madrileños.
Todo ello discurría dentro de un cierto orden y el ambiente de las clases y la relación entre los estudiantes, con los que a día de hoy mantengo estrechas relaciones, eran sumamente correctas. Como también lo era el trato con el profesorado en que figuraban catedráticos de la talla de Diez del Corral, Maravall, Fraga, Carro, Lisarrague Garagorri, Bustamante, Truyol entre otros muchos.
Evoco estos recuerdos -ustedes ya lo han adivinado - a raíz del espantoso escrache que la Presidenta Diaz Ayuso sufrió ayer en la Facultad de Ciencias de la Información cuando iba a recibir la distinción de licenciada ilustre. Recibió los insultos más inimaginables -asesina, cucaracha, aborto- y tan llenos de odio que uno se pregunta qué se estudia en aquella Facultad y si es conveniente cursar en semejante ambiente.
Por supuesto, no todos los agresores son estudiantes. Con seguridad algunos partidos acuden al olor de la sangre. Pero el reclamo viene desde el interior de las aulas que cuentan con el beneplácito de rectores y decanos y con el visto bueno de un Ministro de Educación hasta ahora ausente y cuyo nombre ni recuerdo.
Creía yo que desde los tiempos de Iglesias, Monedero y Errejón, las revueltas habían quedado relegadas a mi antes admirada Facultad de Políticas, a la que hoy no osaría ni acercarme, pero es evidente que el virus se ha expandido por la Universidad en su conjunto.
Aunque el fenómeno viene de lejos y ya hemos visto a otros politicos como Felipe González, Rosa Díez, Rita Barberá, Esperanza Aguirre, Begoña Villacís y otros más sufrir el acoso cuando intentaban dirigirse a los estudiantes o en otros ámbitos, es evidente que la politización de las aulas ha crecido exponencialmente.
Resulta así evidente que el Gobierno no se conforma con controlar los tres poderes, sino que también busca dominar otras muchas Instituciones, como la Radiotelevision pública, el Centro de Investigaciones sociológicas (CIS=Tezanos), el Consejo de Estado, la Fiscalía General, el Tribunal de Cuentas y, como estamos viendo, la Universidad que debía ser independiente por naturaleza y velar por conseguir pasar la antorcha del saber a las nuevas generaciones, de la forma más limpia y neutral posible.
Ya vemos que esto, en España, se está volviendo muy difícil. Los españoles con hijos en edad universitaria deben aquilatar muy fino a la hora de escoger el establecimiento adecuado. Es casi seguro que aun quedan Universidades descontaminadas, en que los jóvenes puedan aprender sin recibir lecciones de odio y rencor que les conduzcan en una dirección en que al final se encuentra el abismo. Afánense por encontrar esas perlas raras.