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miércoles, 27 de noviembre de 2024 | Última actualización: 18:04

La llamada personal de Dios

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En unos días celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, ‘las candelas’. María y José ofrecen y consagran a Dios al niño Jesús, que ha venido a este mundo enviado por el Padre para purificar a la humanidad del pecado y restablecer la alianza definitiva de Dios con la humanidad y de los hombres entre sí. Jesús acoge la llamada con una oblación total de su persona en obediencia al Padre hasta la muerte.

Recordando este hecho, en esta fiesta oramos y damos gracias a Dios por todas las personas consagradas: monjas y monjes, religiosos y religiosas de vida activa, vírgenes y otras personas consagradas que viven en el mundo. Todos han escuchado y acogido la llamada amorosa de Dios hacia cada uno de ellos, se han consagrado a Dios para seguir las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, y han entregado su vida al servicio de la vida y misión de la Iglesia para el bien de la humanidad.

Al hablar de llamada de Dios o de vocación, acostumbramos a pensar sólo en estas personas de especial consagración o en los sacerdotes. Sin embargo, toda persona tiene una llamada de Dios. Con el don de la vida, toda persona recibe una llamada fundamental: Dios nos llama a la vida por amor y para el amor pleno. Cada uno es una criatura querida y amada por Dios, para la que Él ha tenido un pensamiento único y especial; y ese plan -la llamada al amor-, que habita en el corazón de todo hombre y de toda mujer, estamos llamados a desarrollarlo en el curso de nuestra vida. Este es nuestro origen y nuestro destino en la mirada amorosa de Dios: Somos creados para amar y ser amados en esta vida, y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. No hay nada más triste que no amar ni ser amados. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien de los demás.

Esta vocación común a toda persona se profundiza en el bautismo en el que Dios nos hace participes de su misma Vida, que es Amor, nos hace sus hijos e hijas amados en su Hijo, Jesucristo, y nos llama a vivir el amor entregado. Aquí se abren tres caminos: el sacerdocio, para ser instrumento de la gracia y de la misericordia de Cristo para los demás; la vida consagrada, para ser alabanza de Dios y profecía de una humanidad nueva; el matrimonio, para ser don recíproco, y procreadores y educadores de la vida. Todo bautizado ha de ponerse a la escucha de Dios y preguntarse por qué camino concreto le llama el Señor para vivir su llamada al amor. Cuando acogemos la mirada personal de Dios nuestra vida cambia. Todo se vuelve un diálogo vocacional.

Descubrir y acoger el camino concreto por el que Dios nos llama es la clave para una existencia verdaderamente humana y cristiana.