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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Morir en vida

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Eso es el Alzheimer. La muerte de la memoria, de la propia identidad, y la ruptura de la conciencia del mundo circundante. En muchos casos de Alzheimer, además de la disfunción orgánica de la sinapsis neuronal, existe asociada una tragedia íntima afectiva que busca en el olvido y en la anulación de sistema cognitivo un mecanismo de defensa  que consiste en sobrevivir muriendo a la conciencia del pasado y quedarse con la vida vegetativa y consciente del instante presente, sin rastros del ayer ni expectativas del mañana.

No hace falta ser un lince para adivinar qué angustia íntima acompañó a Adolfo Suárez en su vida familiar y qué dolores viejos empañaron su memoria saturada de traiciones y deslealtades, hasta hacerla insoportable. Quienes más han elogiado estos días al presidente fueron precisamente sus verdugos. Esto recuerda mucho el funeral de Prim, el hombre de la Constitución de 1869 y que trajo la efímera dinastía de Saboya a la corona española. Cuando el rey Amadeo I llegó de Florencia, su primer acto en Madrid, antes de tomar posesión en las Cortes, fue visitar la capilla ardiente del presidente del gobierno en la Basílica de Atocha. Allí estaban disimulando con su duelo quienes habían sido sus verdugos.

Daba arcadas esta semana escuchar los elogios de quienes conspiraron contra Suárez. A estas alturas está ya muy claro que el golpe de estado del 23-F fue un contubernio entre la monarquía y las fuerzas políticas, lideradas por el PSOE. Fue en Lleida donde Armada se reunió con Txiqui Benegas y otros, con el objetivo de sacar a Suárez del gobierno. Salvo el PNV, que se opuso, el resto de partidos estaban en la salsa del gobierno de coalición que se encargó de abortar el propio Tejero al impedir la entrada de Armada en las Cortes. Así que fue el golpista Tejero, muy a su pesar,  quien frustró el golpe de estado, no el rey.  Paradojas de la historia en un país de política cainita y navajera. Qué obra maestra, similar a Los fusilamientos de la Moncloa, hubiera pintado Goya.

Tuvo mucho que ver ETA en aquel siniestro malestar que provocó, más que el ruido de sables, la salida de los tanques en Valencia y el asalto al Congreso. La ambición de Felipe González y sus prisas por llegar al poder pusieron el resto. Así que el 23-F hay que anotarlo a la factura que el PSOE nos debe a los españoles. De tradición le viene al galgo, que ya en 1923 pactó con los militares su colaboración con la dictadura de Primo de Rivera. Sin el apoyo de UGT, don Miguel no se habría atrevido por más apoyo que le diera Alfonso XIII. No es precisamente el socialismo español un ejemplo de respeto a la democracia. Conviene refrescar la memoria, pues la historia no tiene Alzheimer y ahí están las crónicas para escarnio de quienes estos días ensalzaban el talante democrático –qué zapateril el término- de Adolfo Suárez.

Retomando el paralelismo de Prim, cuya constitución le sobrevivió dos años, veremos cuánto le van a sobrevivir a Suárez la Constitución de 1978 y la monarquía que instauró Franco y se hizo constitucional con el abulense. Los mismos actores que han acabado con la normalidad democrática otras veces en España están ahora en plena efervescencia. El insigne Zapatero fue quien acabó con el espíritu de la Transición y resucitó el odio de las dos Españas, precisamente lo que Suárez había reconciliado. Como para seguir creyendo a estos impostores. Lágrimas de cocodrilo, plañideras de bajo estilo.