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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 17:05

Espejismo de normalidad

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Ayer, 31 de octubre, día en que la Princesa de Asturias entraba en su mayoría de edad y juraba la Constitución, fue un día esplendoroso. Madrid se nos mostraba radiante luciendo sus mejores galas. Las calles se llenaron de un público enfervorizado con la heredera de la Corona. Los balcones del centro lucían la bandera nacional; los ejércitos, la guardia civil y la policía nacional desfilaban por las calles; los alabarderos guardaban gallardamente sobre sus corceles los elegantes Rolls Royce en que avanzaban hacia el Congreso la familia real; trompetas y vítores ensordecedores; el protocolo y la seguridad en su mejor nivel. Las tiendas repletas de símbolos de la Leonormania que se ha desencadenado en nuestro país a la manera de lo que muchos envidiábamos de la Gran Bretaña. El Palacio del Congreso lleno hasta la bandera, con el Gobierno, los diputados, los senadores, los expresidentes del gobierno, los Presidentes de las dos Cámaras, de los tribunales de justicia y de las principales Instituciones.

Ayer teníamos todos la impresión de que España se había convertido como por arte de magia, bajo el conjuro de la Princesa Leonor, en un país unido, ordenado, lleno de entusiasmo y de fe en su futuro. El interminable aplauso con que la Princesa fue ovacionada al final de su Jura, mostró un entusiasmo por la Corona que no se veía desde algunos de los momentos del reinado de su abuelo, el Rey Emérito Don Juan Carlos I. Y es que ahora, como entonces, las Cortes y el pueblo se sentían necesitados de expresar de alguna forma la frustración política en que nos encontramos y la necesidad de aferrarnos a la tabla de salvación de nuestra Monarquía que cuenta con un Rey solvente y con una heredera modélica, de manual.

La Presidenta del congreso quiso emular la solemnidad de su correligionario de hace 36 años, Gregorio Peces Barba, pero eran otros tiempos, otro socialismo y otro nivel. Ni siquiera los Vivas a la Constitución, a España y al Rey le salieron bien, apenas se oyeron, eran mortecinos.

El Presidente tuvo ayer un mal día. Se le veía a disgusto en su papel de subalterno. Hacía guiños de complicidad a sus fieles -Armengol, Pumpido, Diaz- y en sus palabras a la Princesa tras el obsequio del Gobierno en pleno, del collar de Carlos III -no nos hagan creer que Sumar y Podemos votaron a favor- osó decir que la Princesa contaría con la lealtad de su Gabinete. Un Gobierno en que algunos de sus componentes van a dedicar sus próximos años a intentar derribar la Monarquía e implantar una República de infausto recuerdo en estos lares.

54 miembros del Parlamento, todos ellos socios de Sánchez, los que posibilitarán su permanencia en La Moncloa, entre ellos tres Ministros, decidieron no asistir al histórico acto y casi al mismo tiempo en que el Presidente aseguraba lealtad a la Corona, su número tres cerraba el trato con Puigdemont en Bruselas y sus ministros hacían otro tanto con ERC en Barcelona.

Felipe VI tiene 55 años. Confiemos que Dios le de larga vida y que pueda reinar hasta los 90 años o más. Para entonces doña Leonor estará en la cincuentena "l'age de raison", habrá completado no solo sus estudios sino también una formación y experiencia política nacional e internacional enorme. Habrá representado al Rey en acontecimientos importantes -Conferencias, tomas de posesión, actos sociales, etc. Previsiblemente habrá contraído matrimonio, tendrá hijos y uno de ellos será heredero de la Corona. Llegará a ser Reina si el pueblo soberano sigue confiando en ellos, tal como Don Felipe lo subrayó ayer.

Puigdemont, Junqueras, Rufián, Diaz, Iglesias, Montero y todos los que hoy luchan contra la Monarquía habrán desaparecido. Pero surgirán otros que harán la vida difícil a Don Felipe y a la Princesa. Nadie dijo que ser Rey o Reina fuera un trabajo sencillo. De todos los españoles depende que puedan realizarlo civilizadamente. Debemos probarles que vale la pena ser nuestros Reyes y confiar en doña Leonor, tal como ella nos lo pidió reiteradamente en sus bellos discursos.