Enrique Domínguez. Economista.
Las elecciones en este país nuestro han perdido gran parte del morbo y del interés que tenían en los primeros años de la democracia. Entonces aún se sacaba algo positivo al asistir a un mitin de alguno de los líderes carismáticos de entonces.
Pero, lo que en los primeros años era bueno para la consolidación de la democracia: listas cerradas, regla d’Hondt, bipartidismo real, se ha ido convirtiendo en una fuente de problemas, de pérdida de interés, de servilismo, de fuente de agradecimiento de servicios prestados, de envilecimiento de la política, de corrupción más o menos generalizada.
Los partidos políticos, tal como están hoy en día, se han convertido en una gran empresa en la que hay que portarse bien, saber medrar para conseguir estar en una lista o para conseguir tal o cual prebenda. Estoy generalizando y, vaya por delante, que estoy a favor de los partidos políticos porque deben ser la esencia de la democracia, pero no de cómo están funcionando actualmente.
Y toda esa situación, junto a nuestra escasa habilidad para debatir, porque no se nos ha enseñado, da pie a lo que vemos en las llamadas campañas electorales en las que en lugar de informar, formar y debatir, se hace, sencillamente, y por todos, sin distinción de colores, publicidad, propaganda. Y hay que ver lo aburrido que es; suerte que se puede cambiar el dial de la emisora de radio o pasar de la cadena pública de televisión a las privadas o, simplemente, ponerse a escuchar música. Es más saludable.
Se han celebrado recientemente las votaciones para elegir a los miembros del Parlamento Europeo. Y aquí, en este país en el que su pertenencia a la UE desde 1986 le ha permitido modernizarse y mejorar ampliamente sus infraestructuras y aumentar sus exportaciones, se ha constatado una gran pérdida de interés y un incremento del euroescepticismo.
A ello ha contribuido la rigidez de las exigencias comunitarias para reducir nuestro déficit, el dominio de la Unión Europea por Alemania, la falta de planteamientos realmente comunitarios, la escasa relevancia de la Europa de los ciudadanos frente a la de los mercantilistas.
Y en este país, con crecientes problemas de identidad, estas elecciones han sido una edición corregida y aumentada de las anteriores en cuanto a tirarse los trastos a la cabeza los dos grandes partidos y a no hablar casi nada de Europa, como si no nos fuera nada en ello. Se olvida que cerca del 70% de las normas que nos rigen proceden de Europa, de ese parlamento europeo que no tiene los poderes que tiene el de cualquier país comunitario.
¿Y qué ha pasado? Pues que la falta de una construcción adecuada de Europa, el no haber pasado de la Europa de los mercaderes a la Europa de los ciudadanos, el querer ser un bloque frente al americano y ruso, antes, y chino ahora, el querer integrar cuantos más países mejor, el empezar la casa por el tejado creando una moneda y no una política fiscal previa a ello; todo ello ha fomentado el desinterés por esa Europa cuyos miembros no quieren ceder soberanía, y están volviendo a primar los intereses nacionales.
Y estamos viendo cómo han crecido fuertemente los partidos que pregonan el euroescepticismo, la salida de la UE, o de extrema derecha o izquierda. El desencanto de los ciudadanos a lo que han contribuido tanto la crisis económica como las medidas para salir de ella y los políticos con su casi nula capacidad de formación en lo europeo, ha dado pie a un parlamento europeo en el que seguirán dominando por poco los dos grandes partidos pero que debe aprender de lo ocurrido, a pesar de la fuerte abstención, para poder seguir adelante con la construcción europea.
Y en 2015 tendremos elecciones locales, autonómicas y generales (éstas si no se retrasan para aprovechar la previsible mejoría económica, mucho menos en el paro). ¿Se pondrán los políticos las pilas para hacer los cambios necesarios para que la POLITICA sea percibida por los ciudadanos como algo bueno, loable y formativo? Porque si no es así, asistiremos a una creciente desafección del ciudadano pensante, aunque, por desgracia, todavía hay muchos afiliados que votan a pies juntillas todo lo que emana de la dirección del partido; y eso no es bueno.