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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 19:57

La proclamación

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Con el acto de proclamación del Rey Felipe VI se completa el corto proceso de transmisión de la corona de Don Juan Carlos al nuevo monarca. Con 17 días hemos contado los españoles para acostumbrarnos a la nueva realidad, al nuevo Rey, a una nueva generación, a un nuevo estilo. Quizá hubiéramos querido que el plazo fuera más amplio para que los actos se prepararan con más calma, que el estatus legal de los Reyes salientes –el famoso aforamiento- hubiera estado resuelto; que los dignatarios extranjeros hubieran sido invitados; que el tratamiento a los Reyes abdicantes hubiera estado previsto. Hubo que hacerlo todo deprisa pero se ha hecho con dignidad.

Recogeré para el recuerdo los pasos dados en esos 17 días: anuncio del Presidente Rajoy, breve discurso de Don Juan Carlos; preparación y adopción en las dos cámaras parlamentarias de la ley orgánica de abdicación; firma del Rey de dicha ley, refrendada por el Presidente Rajoy; nombramiento de Don Felipe como Capitán General de los Ejércitos y finalmente, acto solemne de la proclamación en las Cortes con el esperado discurso programático  de Don Felipe. Todo lo restante, la cena de despedida de los Reyes salientes, el desfile militar, el paseo de Don Felipe y Doña Leticia por las calles de Madrid, el saludo desde el balcón del Palacio de Oriente, la recepción para 2500 notables, pertenece al capítulo protocolario. Todo digno, ordenado y sin excesos.

Naturalmente que no faltarán voces que critiquen en todo o en parte la operación de traspaso de poderes: para unos habrá sido prematura, para otros tardía; nos dirán que fue acelerada y llena de improvisaciones, otros se preguntarán por qué tuvo que ser el Presidente quien nos anunciara una noticia que correspondía hacerlo al Rey. Incluso se cuestionará la necesidad de una ley orgánica, la ausencia de Don Juan Carlos de las Cortes, su escasa atención hacia las Reinas Sofía y Leticia, el exceso de presencia militar en los actos, la participación de la infanta Doña Elena y su hijo Froilán, la ausencia de Doña Cristina, el laicismo de la ceremonia, la carencia de un Referéndum sobre la forma de Estado, la prohibición de manifestaciones republicanas en los alrededores de las Cortes, los cicateros aplausos de los presidentes de Cataluña y el País Vasco tras el discurso de Don Felipe.

Habrá críticas para todos los gustos pero no cabe dudar lo indudable: en España somos maestros en la improvisación: en menos tiempo no se pueden hacer mejor las cosas. Todos los actos del día 19 resultaron impecables. Dio la impresión de que España es un país tranquilo, ordenado, monárquico sin fisuras, bien cohesionado, carente de crisis económica. Don Felipe abordó en su discurso todos los puntos delicados del país: el respeto a sus padres y su abuelo Don Juan, la cuidadosa educación de sus hijas que representan la continuidad de la Corona, la búsqueda de la cercanía con el pueblo, el recuerdo a las víctimas del terrorismo, la ayuda a los desfavorecidos, la consecución de la unidad en la diversidad regional, la modernización del país, el mantenimiento de los vínculos con Europa, Iberoamérica y el mundo árabe, la renovación de la monarquía como un referente moral, el sentimiento de orgullo hacia un pueblo que confía pueda llegar a estar, a su vez, orgulloso de su Rey.

Don Felipe estuvo excelente, doña Leticia también e igualmente la princesa Leonor y la infanta Sofía. Los nuevos monarcas empiezan bien. Ojalá se cumpla ese deseo de saber escuchar y comprender y aun más, de advertir y aconsejar, pueda derivar en que los dos grandes problemas del país –el separatismo y el paro- puedan encauzarse por los mejores caminos. Pensemos en los tiempos complicados que se avecinan y que Don Felipe tendrá que reinar con media docena de gobiernos y que quizá algunos de ellos no serán ni del PP ni del PSOE. Entramos en una nueva España, más joven y moderna.

Los españoles de mi generación vivimos y trabajamos durante cuatro decenios pilotados por Juan Carlos I. Debe ser para nosotros un honor y una fascinante aventura adentrarnos ahora en el nuevo estilo que marquen los jóvenes Reyes. Aun sin esperar milagros, confiemos que los años venideros nos traigan noticias esperanzadoras.