Este Domingo, VI de Pascua, celebramos la Pascua del Enfermo. En este día, la Iglesia se acerca a los enfermos, a sus familias y a los profesionales sanitarios mostrándoles el rostro de Cristo Resucitado que acompaña y cuida a los enfermos en todo momento. Es una Jornada en el que las comunidades cristianas oran especialmente con y por los enfermos, se les lleva la Comunión y se les administra el sacramento de la Unción de los enfermos.
Dios muestra su amor infinito y compasivo con cada ser humano en la muerte y la resurrección de su Hijo: esta es la razón de nuestra esperanza y de nuestra alegría pascual. Cristo Jesús vive, porque ha resucitado. Jesús está siempre a nuestro lado, nos ama a cada uno, nos sana, cura y salva. Este amor de Dios ilumina nuestra existencia, también en el dolor, en la enfermedad y en la muerte; el amor de Dios es fuente de esperanza y de la verdadera alegría.
El dolor, la enfermedad y la muerte forman parte del misterio del ser humano; son propios de nuestra condición vulnerable, frágil, caduca y mortal. Todos debemos cuidar la salud, la propia y la ajena, y hemos de combatir la enfermedad y el dolor con todos los medios a nuestro alcance. La vida es un don de Dios, que hemos de cuidar desde su concepción hasta su muerte natural. Todo ser humano tiene una “dignidad infinita”, que ha de ser respetada, protegida y cuidada en cualquier circunstancia.
Pero hemos de sentir la presencia de Cristo vivo cuando la ancianidad, la enfermedad y el dolor se hacen presentes en nuestra vida. Dios nunca nos abandona.
Nada ni nadie, ni tan siquiera la muerte, podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo, muerto y resucitado. Este amor es la fuente de la verdadera alegría que
encuentra su razón en saberse acogidos y amados siempre por Dios. Por ello es propio el cristiano dirigirse a Dios en la enfermedad para pedirle la salud del cuerpo y del alma y esperar siempre en la vida eterna, cuyo camino ha abierto Jesús con su muerte y resurrección todo el que cree y confía en Él.
Ante las preguntas más profundas y personales del ser humano, ante la enfermedad y la muerte, ¿podemos confiar en algo o en alguien? La Pascua del Enfermo nos invita a mirar a Cristo, muerto y resucitado para la Vida del mundo.
La Pascua del Enfermo nos invita a acoger la presencia de Cristo vivo para que
llegue a todos los enfermos, a los moribundos y a los ancianos. La fe en Cristo Jesús resucitado nos dará fuerza, paz y esperanza en la enfermedad y en la ancianidad.