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domingo, 22 de diciembre de 2024 | Última actualización: 12:34

Lourdes, la alegría de la conversión

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

‘La alegría de la conversión’ es el lema pastoral para nuestra peregrinación diocesana anual al Santuario de Lourdes los últimos días de este mes de junio. Un vez más acudimos a la gruta de Masabielle a encontrarnos con la Virgen y sentir más cerca, si cabe, la presencia de la Madre y, en Ella y a través de Ella, experimentar la bondad, el amor y la misericordia de Dios mismo en su Hijo Jesucristo, nuestra ‘luz y salvación’. Del tema pastoral de este año emanan tres palabras, que son tres momentos que nos acompañarán en la peregrinación; a saber: conversión, seguimiento pronto de Jesús y misión.

"He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Así responde la Virgen al Ángel al anunciarle que ha sido elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo. Son palabras llenas de asombro y de sorpresa porque Dios se había fijado en ella, una joven hu­milde de Nazaret, para hacerse hombre, para hacerse uno de nosotros. María no comprende el proyecto de Dios, pero se fía de Él. Dios, dice el Papa Francisco, nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos: "Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme", nos dice a todos.

Sorprendida por la luz, también Bernardita entra en su camino de conversión. Para estar atentos a las 'sorpresas' de Dios es necesa­ria la conversión del corazón. Convertirse es precisamente volver la mirada y el cora­zón a Dios en Cristo, para que Él ocupe el centro de nuestra vida. No tengamos miedo a dejarnos encontrar por Dios, a que Dios ocupe el centro de nuestra vida. Dudamos de Dios, pensamos que Dios nos quita algo. Pero no: Dios no nos quita nada, sino que nos lo da todo. Dios nos enseña y capacita para vivir con verdadero amor en la entrega a Él y a los hermanos. Cristo non enseña y capacita para vivir y crecer en verdadera libertad y responsabilidad, para crecer en felicidad. Él ilumina nuestro camino y nos alienta en la espe­ranza; nos ayuda a construir un mundo más humano, basado en la justicia, la verdad, la gracia, la caridad y en la paz.

Cuando nos dejamos sorprender por Dios, acogemos su amor infinito, nos convertimos de corazón a Él, acogemos su perdón y dejamos nuestros caminos de alejamiento de Él con nuestros pecados, nuestro corazón se llena de alegría y se siente tan atraído por Él, que no puede sino seguirle fielmente. Seguir a Cristo es entrar en la escuela del Maestro para estar con Él, escucharle, conocerle y amarle y seguirle. Como María estamos, también nosotros estamos llamados a escuchar y contemplar su Palabra y sus obras en la oración, a dejar que sus palabras, su vida y su obra vayan cambiando nuestro pensar, sentir y actuar. Seguir a Jesús implica acoger y seguir sus caminos, que son sus mandamientos y que esconden una promesa de felicidad: vivir el mandamiento del amor según el espíritu de las Bienaventuranzas.

Y la alegría de la conversión nos llevará a la misión. Siguiendo con fidelidad a Cristo, con un corazón convertido y transforma­do por su amor siempre fiel, saldremos a la misión para dar testimonio de la ale­gría que llena el corazón del hombre y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. "Todos -nos dice el Papa Francisco- ­somos invitados a aceptar ese llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio". Y la mejor forma de hacerlo y de llevar a otros a la Luz en la oscuridad, es un testi­monio de vida fiel a Cristo y coherente con la fe.