Hay muchos peligros que acechan a las democracias. El más notorio es la tendencia de ciertos gobiernos a querer concentrar todo el mando en el Ejecutivo ignorando la necesaria separación e independencia del Legislativo y Judicial y de otras muchas instituciones del Estado.
Otro riesgo radica en que ciertos países -entre ellos el nuestro- que provienen de regímenes no democráticos tienden a querer revisar constantemente la necesaria transición hacia formas políticas impolutas tendiendo a realizar constantes e innecesarias transiciones.
La falta de respeto a la Constitución, la existencia de formulas electorales inadecuadas, la tendencia a romper la unidad del Estado mediante la creación de regionalizaciones diversas con derechos y deberes distintos lo que lleva al país hacia una especie de confederación imperfecta.
En apariencia mucho menos grave es la desmemoria con que la población en general y las Instituciones en particular tienden a olvidar hechos graves de nuestra vida política que se acoge a la expectativa de que no hay mal que cien años dure y que un escándalo será tapado por el que llegará a continuación, probablemente más grave.
Y si no se olvida, tampoco tiene gran importancia, el Gobierno recurre a las instituciones de que dispone -la Fiscalía General y el Tribunal Constitucional- y simplemente, los errores se borran. El ejemplo más grave y reciente lo tenemos con la malversación y la corrupción con los EREs del socialismo andaluz, que de ser el mayor escándalo de corrupción de nuestra democracia, ha quedado absuelto. Algo semejante ocurrió con el golpe de Estado/Rebeldía/Sedición que fue bajando de intensidad hasta quedar amnistiado.
La desmemoria es muy grave. Deriva de la fatiga informativa que a la vez es consecuencia del cansancio de la opinión publica. A fin de cuenta, los informadores atienden la demanda de sus clientes, el público en general. Da la impresión de que se fatigan también las Instituciones y los políticos.
Aunque lo de éstos, más que cansancio es estrategia ya que les conviene esconder e ignorar aquello que les molesta aunque todo esté perfectamente conservado en las hemerotecas y en la memoria prodigiosa de algunos profesionales, raramente volvemos sobre ellos y el delito queda olvidado, se desvanece.
Hay que evitar que ello ocurra. Las culpas deben pagarse de lo contrario nuestro Estado de Derecho se va a pique. No podemos conformarnos con amnistiar a diestro y siniestro a corruptos políticos/económicos. Los 700 millones de los EREs no pueden dejarse caer en el olvido. Tampoco el escándalo del tío Bernie, ni el Koldogate, ni las chapuzas catalanas, ni lavar el pasado y futuro de Bildu, ni los sucios negocios de ZP en el entorno bolivariano. Los escándalos ferroviarios son inauditos: el propio gobierno ha tenido que reconocer, con una nueva política de indemnizaciones por retrasos, que RENFE funciona hoy tres veces peor que hace escasos años.
Y por encima de estas y otras pifias, nunca debemos cansarnos de recordar el trafico de influencias, la corrupción, malversación y/o el descuido fiscal del la esposa y el hermano del Presidente.