Nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón comenzará en breve un nuevo curso pastoral, que girará en torno a tres ejes: el Plan Diocesano de Pastoral, el Jubileo ordinario en el año 2025, convocado por el papa Francisco bajo el lema “Testigos de la esperanza” y el Congreso Nacional sobre vocaciones en febrero de 2025. Tres palabras lo resumen: acompañamiento, vocación y esperanza.
En primer lugar, siguiendo nuestro Plan Diocesano de Pastoral, este curso nos centraremos en su segundo objetivo específico: el acompañamiento espiritual y pastoral de las personas y de las comunidades. El curso pasado nos fijábamos en el Primer Anuncio, cuyo objetivo es propiciar el encuentro o reencuentro de cada persona con el amor de Dios en Cristo vivo, que la ama, sana, salva y colma su deseo innato de inmortalidad, plenitud y felicidad.
El encuentro personal con el Señor pide a su vez un camino de crecimiento y maduración en la fe y en la vida cristiana. En este camino es muy importante el acompañamiento espiritual personal y comunitario. Esto implica tomarse muy en serio a cada persona en la realidad concreta de su vida así como el proyecto amoroso que Dios tiene sobre ella para que llegue a la perfección del amor, a la santidad. Por ello, el acompañamiento espiritual ha de ayudar a cada persona a discernir el proyecto de Dios para cada una de ellas y animarlas a acogerlo con generosidad.
Todos somos llamados por Dios a la vida por puro amor suyo para que viviendo el amor lleguemos a su plenitud. Dios es amor y crea al ser humano a su imagen y semejanza; por ello la identidad de todo ser humano es su vocación, su llamada al amor.
El hombre y la mujer están hechos para amar; su vida se realiza plenamente sólo si se
vive en el amor. En el bautismo, el bautizado renace a la vida nueva de los hijos de Dios, y es llamado a vivir el amor de Dios siguiendo las huellas de Jesús. Esta vocación al amor toma formas diferentes según la llamada específica al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio cristiano o la vida laical. Ayudar a discernir el camino por el que Dios llama a cada bautizado a vivir su vocación al amor, al don de sí, no puede faltar en todo acompañamiento. Hemos de animar a todos, especialmente a niños y jóvenes, para que busquen con todo el corazón su vocación al amor, como personas y como bautizados. Esta es la clave de toda la existencia.
En un contexto cultural secularizado, cerrado a Dios, no es fácil proponer y entender la vida como vocación. Que el próximo Jubileo pueda ser para todos un momento de encuentro personal con el Señor Jesús, nuestra esperanza, que nos ayude a entender y vivir el proyecto de Dios para cada uno.