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domingo, 22 de diciembre de 2024 | Última actualización: 18:48

En Navidad renace la esperanza

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De nuevo es Navidad. En medio del ambiente consumista y pagano de estos días y ante los intentos de cambiar el verdadero sentido de la Navidad, en estos días resuenan una vez más las palabras del Ángel a los pastores: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11).

Esta es la buena Noticia de la Navidad, la razón profunda de nuestra alegría navideña y el motivo de nuestra esperanza; una alegría y una esperanza que se ofrecen a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El Hijo de Dios se hace carne y acampa entre nosotros. Dios viene hasta nosotros, se hace uno de los nuestros y asume nuestra propia carne para mostrarnos a Dios, para darnos su amor y su vida, la esperanza que no defrauda (cf. Rom. 5,5).

Jesús nace en una familia pobre, pero rica en amor. Nace en un establo, porque para él no hay lugar en la posada. Llega al mundo ignorado por los suyos, pero acogido por los humildes pastores. Sin embargo, ese Niño es el Mesías esperado, el Salvador de la humanidad, el Señor de cielo y tierra,  de la historia y del universo. Este Niño es verdadero Dios y verdadero hombre: es el Hijo eterno de Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra. En ese Niño se revela el misterio de Dios, que es Amor. Él es la Palabra de Dios, que existía desde siempre y ahora toma carne en un momento de la historia. Ese Niño es la revelación definitiva de Dios a los hombres. Es el Emmanuel, el “Dios-con-nosotros”, que viene a llenar la tierra de la gracia y del amor de Dios, de su luz, de su verdad y de su vida. Dios se hace hombre para que, en él y por medio de él, todo ser humano pueda quedar sanado, redimido y salvado, pueda renovarse y alcanzar la plenitud y la felicidad que tanto anhela. A quien lo acoge con fe, le da el poder ser hijo de Dios y participar de la misma vida de Dios (cf. Jn 1,12).

Con el nacimiento de Jesús, la historia humana adquiere una nueva dimensión y profundidad. Con él, Dios mismo entra en la historia humana y la abraza. El mundo, la historia y la humanidad recobran su sentido: no estamos sometidos a las fuerzas de un ciego destino o a una evolución sin rumbo. El destino de la humanidad no es otro sino Dios, su amor y su vida para siempre. Es posible la esperanza.

Este Niño nos trae la salvación, el amor, la alegría y la paz de Dios para todos. En Navidad, Dios mismo se pone a nuestro alcance en el Niño de Belén. Acojamos al Niño Dios, que nace en Belén. Dejémonos encontrar y amar por Dios. Feliz Navidad.