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martes, 1 de abril de 2025 | Última actualización: 15:21

Acoger y cuidar la vida humana

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El día 25 de marzo celebramos la fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María por obra del Espíritu Santo. Gracias al sí incondicional de María al amor de Dios hacia ella, por haberla elegido para ser la madre de su Hijo, Jesús comenzó su vida humana. “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”, enseña el Concilio Vaticano II (GS 22), mostrándonos así el bien incomparable de toda vida humana. Ya por la sola razón cualquier hombre o mujer, creyente o no creyente, abierto a la verdad y el bien, puede reconocer el valor de toda vida humana. Si además lo miramos desde la fe, la encarnación del Hijo de Dios nos revela no sólo el amor infinito de Dios que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada vida humana. Jesucristo nos revela, en efecto, el misterio del hombre y de la mujer: todo ser humano es creado por Dios por amor, para amar y ser amado, y está destinado a la vida plena y eterna en el amor de Dios. La Iglesia ha de anunciar siempre y en todo lugar esta Buena Noticia.

Por ello, el 25 de marzo celebramos la Jornada por la Vida. Todos, en especial los creyentes en Cristo, estamos llamados a acoger y cuidar el don precioso de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, siempre e independientemente de cualquier circunstancia o condición. Es una jornada dedicada a orar para que toda vida humana sea acogida y cuidada por todos, y para actuar en consecuencia.

En este Año jubilar de la Esperanza, el Papa nos exhorta a fijar nuestra mirada en Cristo, nuestra Esperanza, para que se reavive en nosotros la esperanza, que no defrauda. A la vez nos exhorta a poner signos de esperanza en un mundo en el que muchas personas miran el futuro con escepticismo y pesimismo. Con Francisco hemos de constatar con tristeza que la falta de esperanza ante el futuro se refleja, entre otras cosas, en la pérdida del deseo de transmitir la vida. En muchos países occidentales, entre ellos España, estamos sufriendo un descenso de la natalidad tan grande y grave que se habla de “invierno demográfico”.

Ante esta triste realidad es una luz y un signo de esperanza el matrimonio cristiano y los hombres y mujeres que siguen creyendo en el amor esperanzado, que sobrepasa el deseo y la comodidad inmediata, que están abiertos a la vida y donde los hijos son una esperanza para el futuro. El amor conyugal es verdadero y auténtico cuando está abierto al don de la vida, reconociendo en cada hijo una bendición divina y un signo concreto de esperanza para la humanidad. Trabajemos para que se valore la maternidad, como el gran don de Dios a la mujer, que la dignifica, y como un servicio impagable e impagado a la sociedad.