Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.
No cabe duda que la crisis económica que padecemos tiene raíces morales y espirituales. La crisis económica es la punta de iceberg, al que subyace una crisis de principios y valores morales y espirituales. En la génesis de la crisis económica están, entre otros factores, el liberalismo desenfrenado, germen de injusticias, de dolor y sufrimiento para tantas personas y familias. Otros factores son el relativismo ético, que ha barrido la ley natural y ha oscurecido la percepción de lo que es bueno y malo; o el individualismo egoísta y hedonista, que olvida la dimensión relacional del hombre y lo conduce a encerrarse en su pequeño mundo, para satisfacer ante todo sus propias necesidades, apetencias y deseos, olvidando a los demás.
Consecuencias de esta mentalidad son el lucro fácil, la codicia, el enriquecimiento a cualquier precio, la especulación, la mentira ante sí mismo y con los demás, la dificultad de los jóvenes para incorporarse al mundo del trabajo, la soledad de los ancianos, el anonimato que caracteriza con frecuencia la vida en las ciudades, y la indiferencia de muchos ante las situaciones de marginación y pobreza.
Ante esta situación urge trabajar por la implantación de una sociedad más humana, que tanto más lo será cuanto más se acoja a Dios y su ley en la vida personal, familiar y social. Porque cuando Dios es marginado del horizonte de los hombres, comienza el ocaso de la dignidad del ser humano, como nos decía Juan Pablo II. El primer paso es redescubrir la ley natural, concreción de la ley eterna para la criatura racional. Hemos de redescubrir además que el hombre es un ser social, llamado a vivir en relación con los demás, como un elemento constitutivo de la propia existencia. El hombre es el único ser de la creación capaz de un amor ilimitado a sus semejantes, un ser llamado a vivir en relación, un ser para los demás, que debe considerar al otro como alguien de su propia familia, como alguien que le pertenece.
Urge, pues, que todos favorezcamos el rearme moral de la sociedad. Urge que la Iglesia, las instituciones del Estado, la sociedad civil y la escuela luchen por formar y fortalecer la conciencia moral, fomentando el respeto de la dignidad de todo ser humano, la veracidad, la honradez, la generosidad, la fraternidad, la acogida, la solidaridad, la preocupación por los otros, especialmente por los pobres. Hay que favorecer también la legalidad y la ejemplaridad en las instituciones y representantes públicos.
Mucho puede hacer en este campo la familia y la escuela, educando a los niños en valores nobles y en virtudes, en la generosidad y el descubrimiento del prójimo. Mucho puede hacer la Iglesia anunciando y viviendo el Evangelio de la verdad, del amor y de la vida, de la justicia, de la paz y de la fraternidad. Mucho pueden hacer y están haciendo las instituciones de la Iglesia, desde las Cáritas diocesanas y parroquiales, desde las obras sociales de los religiosos, desde otras instituciones de matriz cristiana.
Por último, en esta hora es más urgente que nunca la ejemplaridad de los responsables de las administraciones públicas, que han de ser especialmente transparentes y escrupulosos en la gestión de lo que es de todos. Lo contrario produce desánimo y hastío en la sociedad y disminuye las defensas éticas de nuestro pueblo, ya de por sí debilitado en el campo de los valores morales y espirituales.