Enrique Domínguez. Economista.
Desde hace bastantes meses, cuando se plantean alternativas de futuro para la economía castellonense es cada vez más normal el oír o el ver escritas como líneas de futuro, bien el cambio de modelo económico, bien la diversificación de sectores, bien el dirigirse hacia actividades relacionadas con las nuevas tecnologías y la desinversión en sectores llamados maduros, bien la reindustrialización.
Da la impresión de que la panacea para nuestra deteriorada economía provincial sea la búsqueda de algo diferente, de algo no conocido en la provincia, de algo nuevo y distinto. Da la impresión de que estemos buscando El Dorado y, como tal, a la caza de algo que resolverá nuestros problemas y que permitirá volver a los niveles de máximo empleo de los años de la burbuja inmobiliaria y, además, con garantía de continuidad. Una quimera.
Es cierto que en la provincia de Castellón padecemos o somos especialistas, según se mire, en dos monocultivos: la citricultura y la cerámica. Los dos plantean problemas que pueden poner en duda su continuidad en el futuro, al menos para el montante actual de trabajadores que emplean.
Y, enseguida, surgen las palabras mágicas: cambio del modelo productivo, diversificar, invertir en sectores de alto valor añadido, de alta tecnología.
Y yo me pregunto, ¿tenemos la infraestructura tecnológica necesaria para ello? ¿Todas las empresas a crear van a ser de alto valor añadido o de alta tecnología? ¿Hay mercado, por no hablar de capital, para ello? ¿Qué sectores que no existan en la provincia pueden implantarse y que tengan cierta garantía de futuro? ¿Lo hacemos tan mal que debemos cambiar de actividades e irnos a otras?
Hace años que pienso que todos nuestros sectores actuales son sectores de futuro pero que no todas nuestras empresas lo serán. ¿Por qué? Pues muy sencillo, porque aquellas firmas que no tengan en la calidad, en la mejora continuada, en la adaptación de sus estructuras a las necesidades del cliente, en la innovación e investigación permanentes, en la formación y en el reciclaje continuado, en la internacionalización y, en su caso, en la multilocalización su forma de operar, no tendrán futuro.
Por ello, en lugar de diversificar nuestros sectores productivos como única alternativa de futuro, me inclino más por mejorar aquello que ya sabemos hacer, por intensificar la actividad que nuestros sectores desarrollan. Y, por supuesto, sin dejar de buscar nuevos sectores y productos ¿Cómo?
Pues sabiendo aprovechar nuestros conocimientos actuales en cada sector y adaptarlos a las líneas propuestas en un párrafo anterior: hay que ir a productos de mayor calidad, hay que invertir más en innovación e investigación, hay que conocer las necesidades de nuestros clientes, hay que llegar a fabricar lo que tiene venta y no dedicarnos sólo a vender aquello que producimos; hay que aprovechar las sinergias de la proximidad de los competidores, hay que cooperar bastante más. Hay que tener en cuenta que los servicios, cada vez más, están dependiendo de nuestros sectores industriales y que si lo miramos de esa forma, ambos suponen más de la mitad del producto interior bruto de nuestra zona.
Pero no todo depende del empresario; el entorno público debe remar en la misma dirección. La interrelación sector educativo-sector empresarial es primordial para evitar las crecientes bolsas de paro de personas excesivamente formadas en unos aspectos que no demanda el mercado o poco preparadas en lo que exige. Y no ayuda nada el continuo cambio en las leyes sobre educación. Ello demuestra la falta de implicación, aunque digan lo contrario, de los políticos con la ciudadanía.
Y esta intensificación de nuestro saber hacer no se logra de la noche a la mañana. Requiere algo que nos falta en demasía: reflexión y consenso. ¿Qué creen ustedes?