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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 14:11

Obviedades

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José Antonio Rodríguez. Asesor Fiscal.

En Nochebuena cualquier españolito de a pie sabe que se cena en familia, se comen turrones y como no, el rey pronuncia su tradicional mensaje poco antes de sentarnos a la mesa; no incluimos ya  ni a Papá Noel por la crisis ni los villancicos por las creencias.

También es propio en el día de Navidad que los telediarios y periódicos, a falta de  noticias luctuosas o curiosos acontecimientos, se dediquen a  desgranar y analizar la locución real.

La diferencia en este dos mil catorce que  acaba  es el cambio de rey, de contenido del discurso, de estilo y del atrezo.

Todos los medios de comunicación  han estado especialmente atentos al primer mensaje de Felipe VI, pues si difíciles fueron los primeros años del reinado de su padre en los que había que construir un Estado democrático desde la estructura autoritaria del franquismo, nada  tienen que envidiar  los  que estamos viviendo ,con la corrupción infiltrada en todos los estamentos de la sociedad, salpicando a muchísimos personajes públicos incluyendo a su hermana, una situación económica  mala  a la que  aún no acabamos de verle el final y como postre unos dirigentes catalanes que por encima de todo y por pura supervivencia quieren la independencia o lo que sea.

En ambas situaciones es  un joven rey quien se dirige a todos con un lenguaje apropiado al tiempo que  vive, con la sencillez, claridad y rotundidad que de él se pretenden.

Como al lápiz hay que sacarle punta, y a ser posible afilada, dicen unos que se olvidó de su padre, echando al traste treinta y nueve años de reinado, argumentan otros que aunque felicitó en euskera  también se olvidó de los vascos y como no podía ser de otro modo el señor Más que ya que habla del problema catalán que se ponga a solucionarlo, por no decir quienes rizando el rizo  que si se habían olvidado del belén en el atrezo, y por ende de los católicos, pues  los católicos podían también olvidarse de la monarquía. Por cierto, hemos tenido la oportunidad un año más al incombustible Cayo Lara repitiendo palabra por palabra lo mismo que dijo el año anterior del discurso de su padre.

No fue tan obvio  el real contenido del mensaje navideño, ni  su lenguaje, como tampoco el tratar de un modo  tan directo lo que nos preocupa y le preocupa. El lenguaje no verbal fue incluso más elocuente que el verbal en una parte de la locución y a eso no estábamos acostumbrados.

Acertado, con criterio, marcando estilo, llegando a todos, con un  millón y medio  de espectadores más que el último mensaje de su padre en dos mil trece, en fin con buena nota y eso no era tan obvio.