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jueves, 19 de diciembre de 2024 | Última actualización: 21:40

Año nuevo en cristiano

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

Llevamos ya unos días del nuevo año. La gente en estos días se felicita con gozo y se desea un ‘Feliz año nuevo’. Hay quienes, incluso, se felicitan por el final del año viejo por las malas experiencias vividas a lo largo del año. El otro día me llamaba un joven para desearme una buena salida y entrada de año; y me preguntó cómo lo iba a celebrar. Yo le respondí que lo celebraría rezando para dar gracias a Dios por las innumerables gracias recibidas a lo largo del año viejo y para pedirle su bendición en el nuevo año para todos. Y le dije: así se comienza un nuevo año en cristiano. Mi buen amigo se echó a reír.

Pero ¿cuál es el verdadero sentido del año nuevo para un cristiano? En la liturgia de la Iglesia, el año nuevo es simplemente el día octavo después de la Navidad, después del Nacimiento del Señor. Al poner el comienzo del año civil bajo el misterio de la fe, el tiempo queda iluminado y transformado. Sin la fe cristiana, nuestro calendario no es otra cosa que la medida de las rotaciones de la tierra: en veinticuatro horas, la tierra gira en torno a sí misma, y en trescientos sesenta y cinco días, lo hace en torno al sol. Día y año son algo mecánico y repetitivo. El tiempo es un círculo; no tiene ningún de dónde y adónde. Y la tierra realiza su carrera, prescindiendo del sufrimiento y de las esperanzas de los hombres.

La fe cristiana ilumina y transforma el tiempo. Su unidad de medida no son los movimientos de los astros, sino las acciones de Dios, en las cuales él viene al ser humano porque le ama y para darle su amor y su vida, para darle esperanza. Los dos grandes acontecimientos que proporcionan al tiempo un nuevo eje son el Nacimiento y la Resurrección de Jesucristo. A partir de estos hechos de Dios, surgen las fiestas  cristianas. Su repetición es algo totalmente distinto del discurrir circular de los días y de los años. No es un circular eterno, sino la expresión de lo inagotable del amor de Dios y de su corazón que apunta y viene a nosotros en la acción del recuerdo.

Así el comienzo del año en cristiano, en el octavo día de la Navidad, posee también un nuevo contenido frente al inicio del año civil: es, ni más ni menos, que la posibilidad siempre nueva de acoger o retornar a la bondad de Dios que se ha hecho carne y que nos da el poder de convertirnos en hijos de Dios si acogemos en la fe al Niño-Dios; es la posibilidad de vivir de nuevo a partir de la bondad de Dios. Con el nacimiento de Jesús, la historia de la humanidad ha entrado en el signo de la bendición de Dios. El Niño nacido en Belén lleva nuestra historia humana hacia Dios y, por la muerte y resurrección de ese Niño, nuestra historia ha entrado en camino hacia el amor eterno de Dios.

Hemos sido creados para ser amados por Dios y para amarle con todo el corazón y con toda el alma, para alabarle y bendecirle. El fiel cristiano, impregnado del amor de Dios en su vida y descubriendo su presencia en la propia realidad, ve el año nuevo como una gran oportunidad que Dios le regala para amarle con todo el corazón y con toda el alma, y de amar en Dios al prójimo. En eso está el secreto de la felicidad y de la alegría. El Señor es fiel y cumple siempre sus promesas a pesar de nuestra infidelidad.  Dios nos regala un año más para que, con su ayuda y su gracia, cambie nuestro corazón y nuestra vida. En esta tarea no estamos solos, contamos con la ayuda protectora de nuestra madre la Virgen María y con la ayuda y presencia constante de nuestra madre la Iglesia.