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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 16:49

La cuaresma, tiempo de gracia

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

Con el rito de la imposición de la ceniza el próximo miércoles iniciamos el tiempo de la Cuaresma. Es éste un tiempo de gracia y de salvación. “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la Salvación” (2 Cor 6,2). El tiempo cuaresmal es como una peregrinación que nos prepara a la celebración gozosa de la Pascua de Señor; por ello, es también como un camino hacia la cumbre santa de nuestra propia resurrección.

La Palabra de Dios nos invita a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida renovada, convertida y reconciliada. Este tiempo santo nos ofrece a los creyentes, a las comunidades eclesiales y a la misma Iglesia la oportunidad de renovar nuestro espíritu de fe, de avivar nuestro amor a Dios y a los hermanos, de fortalecer nuestra coherencia de vida con el Evangelio, y de superar nuestra indiferencia hacia Dios y hacia el hermano, su problemas, sus sufrimientos y sus necesidades, como nos dice el Papa Francisco en su mensaje para esta Cuaresma. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

El Profeta Joel nos dice: “Convertíos a mí de todo corazón” (2, 12). Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para convertirnos debemos escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8). Él quiere ser nuestro guía hacia la tierra prometida. Él, que nos ha pensado y amado desde siempre, nos indica el camino para alcanzar nuestro verdadero ser, nuestra plenitud y salvación. Con amor nos sugiere como a sus hijos y amigos lo que hemos de hacer y evitar. Dios siempre va por delante con su gracia, con su amor. Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: "Amemos a Dios porque él nos amó primero" (1 Jn 4,19). A Dios no le somos indiferentes, sino que nos ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. Dios está interesado por cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Dios no deja de hablarnos. En lo más íntimo de cada persona, en nuestra conciencia, resuena su voz. Dios nos habla al corazón, nos llama a escuchar y acoger su palabra, a abrir nuestro corazón a su amor, a dejarnos guiar por Él, a no ser indiferentes ante los sufrimientos, injusticias y penurias de nuestros hermanos. La oración, el ayuno y la limosna nos ayudarán en nuestro camino cuaresmal.

Por la dureza de nuestro corazón y nuestro egoísmo puede que opongamos resistencia a Dios, que  cerremos nuestro corazón a su voz, que seamos indiferentes al prójimo. Con frecuencia nuestro corazón está contaminado por muchos ruidos ensordecedores: son las inclinaciones desordenadas que conducen al pecado, la mentalidad de un mundo que se opone al proyecto de Dios o la tentación del Maligno que pretende apartarnos de Dios. Es fácil caer en la indiferencia ante Dios y ante el prójimo, apartándose de la llamada que nos llega a través de su Palabra en la Iglesia.

En este tiempo de Cuaresma debemos crear silencio en nuestro interior para descubrir la voz de Dios, que es sabia y amorosa. Hay que afinar la sensibilidad sobrenatural para ser capaces de captar las sugerencias de la voz de Dios y mirar a nuestro alrededor con los ojos de Dios. Es necesario dejarse evangelizar en el trato frecuente con la Palabra de Dios -leyendo y meditando el Evangelio-, de tal manera que adquiramos cada vez más una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre.