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lunes, 25 de noviembre de 2024 | Última actualización: 23:18

El eclipse

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Juan Teodoro Vidal. Químico.

Este pasado viernes 20 se produjo un eclipse de Sol. Hay fenómenos naturales, como los eclipses, que me llevan a reflexionar sobre un cúmulo de casualidades que se dan en nuestro mundo. Es curioso que el tamaño de nuestro satélite, la Luna, sea de tal magnitud y esté situado a tal distancia, que en ciertos momentos de su órbita tape justo el disco del Sol, según se ve sobre la superficie de la Tierra. Esta circunstancia, que podríamos considerar casi anecdótica, se ha asociado, por ignorancia, a terribles desgracias que iban a suceder de forma inminente. Sin embargo no es la casualidad astrofísica más impactante de las que nos suceden continuamente.

La Tierra está a la distancia justa del Sol para que haya agua en los tres estados de agregación: sólido, en forma de hielo y nieve; líquido, en los mares, lagos y ríos; y gaseoso, en forma de vapor en la atmósfera. Cada una de esas formas tiene su aquel: el hielo es blanco, con lo que refleja la luz y no se calienta fácilmente; el agua líquida permite nadar a su través y albergar en su seno protector muchos seres; el agua, al evaporarse, puede viajar grandes distancias hasta que se condensa en forma de nubes y lluvia, regando tierras alejadas del mar y de los ríos, de forma que la vegetación pueda crecer.

La atmósfera tiene: 4/5 partes de nitrógeno, gas inerte, que por eso mismo no es dañino, y que las plantas fijan al suelo para absorberlo y formar proteínas, base de la vida animal; 1/5 parte de oxígeno para poder 'quemar' materia orgánica, que hace el papel de 'pilas' de energía; y la cantidad justa de CO2 para que las plantas puedan sintetizar la celulosa, que es base de sus tejidos y contenedor y esqueleto de sus demás sustancias. La corteza es de silicatos y carbonatos, también inertes y fríos, que nos separan de un mundo magmático, con rocas en estado de fusión, cubriendo un núcleo de hierro y níquel, que produce un campo magnético, que sirve de coraza para las radiaciones ionizantes procedentes del Sol y del espacio exterior.

La inclinación del eje de rotación respecto de la órbita alrededor del Sol permite que se produzcan las estaciones, con lo que la atmósfera se renueva. El ciclo de días y noches hace que la diferencia de temperatura entre ambas sea sólo de unos 15 ºC. La atmósfera es suficientemente ligera para que los vientos sean soportables la mayor parte del tiempo. Las mareas y el oleaje airean el agua del mar  y hacen que el oxígeno penetre alimentando a los seres que allí habitan.

La mala noticia es que no parece que en el Sistema Solar haya ningún otro lugar apto para la vida como la conocemos. La buena noticia es que sólo en nuestra galaxia hay del orden de 100.000 millones de estrellas, muchas con planetas semejantes. Alguna habrá entre ellas que pueda también tener ¿casualmente? Vida.