Jorge Fuentes. Embajador de España.
La cosa está que arde en España. Los líderes políticos se pasan el día comiendo y pactando por todos los rincones para intentar configurar gobiernos para nuestros municipios y autonomías y también para lograr colocar al máximo posible de sus correligionarios.
Entretanto, la ciudadanía está inquieta pues no sabe cómo le irá dentro de algunos meses. No nos preocupa tanto quién será nuestro alcalde o el presidente de nuestra autonomía sino principalmente si aumenta o disminuye el paro, qué pasa con nuestros sueldos y pensiones, con nuestras viviendas, si es que tenemos más de una, con los inquilinos y los desahuciados, con las inversiones extranjeras, con los separatismos, no ya solo el catalán, el vasco y el gallego sino también el valenciano, el balear y quizá alguno más. En fin, que el panorama no está para echar cohetes.
Pero la vida sigue y confiemos en no ser tan torpes como para encarrilar nuestro país hacia una situación tan arriesgada como la que estamos viendo a diario en Grecia, siempre al borde del abismo. La semana pasada la influyente revista ‘The Economist’ reflejaba la situación en España en un largo artículo en que a los nuevos partidos los calificaba no de emergentes sino de insurgentes y con una ilustración en que cuatro políticos –Rajoy, Rubalcaba (un poco anticuado, el caricaturista!), Rovira e Iglesias- peleaban a tomatazo limpio en una montaña roja.
Lo dicho, la vida sigue. El paro decrece, los indicadores macro y micro mejoran, la gente compra más coches, en Castellón empieza a crearse empleo. Qué orgulloso me sentía cuando no hace mucho y estando yo destinado por esos mundos de Dios, leía que nuestra provincia tenía pleno empleo y todo el que quisiera podía encontrar trabajo en cuestión de minutos en los sectores de construcción, cerámico, químico o agrario. La crisis golpeó a esta zona más que a ninguna otra y, quizá por ello la recuperación castellonense está siendo algo más rápida que la de otras regiones.
Leí hace pocos días una mala noticia que no tiene tanto que ver con la situación económica como con la transformación de nuestra sociedad: el Casino Antiguo, Real por reciente decisión de Felipe VI, está en apuros y tanto su presidente como la junta directiva han presentado su dimisión. El motivo aducido fue la negativa de los socios a donar una derrama única de 50 euros para poder abonar los sueldos atrasados a los seis empleados fijos con que cuenta la institución.
Lamento mucho la noticia. Mientras residí en Benicàssim con carácter regular, fui socio del Casino que creo es el edificio más hermoso de la ciudad, el Centro Cultural más antiguo de España (fundado en 1814, poco después de las Cortes de Cádiz) y ofrece una actividad ciertamente atractiva y variada. Junto con la UJI, el Aula Isabel Ferrer y el Ateneo, ha contribuido grandemente a elevar el nivel cultural de la ciudad.
El problema creo que no es imputable al equipo directivo, compuesto por personas eficaces y honradas, sino a la transformación social de España. En su momento, durante el siglo XIX y primera parte del XX, los casinos desempeñaron un papel importante en el país. En sus salones –incluidos los de Castellón- se cerraban no pocos negocios y se cocían muchas salsas políticas.
Hoy la situación ha variado. Los negocios se cierran en otros lugares o incluso por vía telefónica o electrónica. Los socios han envejecido y las nuevas generaciones han perdido el hábito de frecuentarlos. El número de socios en Castellón ha descendido desde unos 1300 a alrededor de 800 lo que vuelve difícilmente viable la vida de tan espléndida institución a menos que cuente con un fuerte respaldo externo.
Confío que tal apoyo, ya sea de la Diputación, del Ayuntamiento o del Ministerio de Cultura siga fluyendo. Me parece impensable que una institución con la tradición, el prestigio y el soporte arquitectónico del Real Casino Antiguo tenga que cerrar sus puertas o cambiar sustancialmente su naturaleza. Nuestra ciudad no sería la misma ¡Larga vida al Casino de Castellón!