Un joven castellonense escapa por poco de los atentados de Bruselas. Pablo Álvarez se dirigía al aeropuerto cuando tuvo lugar la primera explosión
‘’Si me llego a levantar 5 minutos antes me habría encontrado de pleno en el centro de los ataques’’. Así comenzaba el testimonio de Pablo Álvarez, un joven castellonense que fue pasar unos días de turismo en Bruselas y se encontró con la barbarie ocurrida en la capital belga. Puntual como pocos en su vida diaria, Pablo Álvarez decidió esa mañana retrasar un cuarto de hora todos sus planes y, según su testimonio, eso fue lo que pudo evitar una verdadera desgracia.
Víctor Ignacio Palacio Bernad/Castellón Información
Pablo Álvarez, joven castellonense de 22 años, se encontraba en Bruselas visitando a unos amigos con los que convivió durante un año en el Erasmus que realizó en la capital de Bélgica. Con un billete de avión para salir a las 11 de la mañana el fatídico día de los atentados, Pablo Álvarez había planificado estar a las 8 horas en el aeropuerto para evitar cualquier tipo de inconveniente. Quizá fue el azar el que quiso que Pablo, acostumbrado a llegar siempre puntual a los sitios, decidiese seguir durmiendo 5 minutos más y, de este modo, evitase encontrarse en la terminal durante los lamentables sucesos.
Subido en el autocar que le tenía que llevar al aeropuerto para coger su vuelo de vuelta a Madrid, Pablo Álvarez no podía imaginar a la situación a la que se enfrentaría.
Poco antes de llegar a su destino, el autobús paró y, ante los ojos incrédulos de los pasajeros, el chófer informó que cabía la posibilidad de que hubiese tenido lugar un atentado en el interior del aeropuerto. Además, el conductor avisó a los usuarios que les dejaría en el centro de la ciudad, debido a que tenía orden de volver a la Estación Central de Autobuses.
Durante la confusión que se vivía en el autocar, Pablo Álvarez pudo observar una columna de humo que ascendía no muy lejos de donde se encontraba. Perplejo, se puso en contacto con su familia, que fue la que le informó que realmente había tenido lugar un atentado. Con el susto en el cuerpo y vagando por las calles de Bruselas, Pablo Álvarez pudo observar la tensión que se palpaba en el ambiente. Las calles llenas de coches, las grandes aglomeraciones de gente por la acera y la policía en constante movimiento dibujaban una escena digna de una película de terror. Y, ante toda esa locura, el joven castellonense caminaba con su mochila a la espalda en busca de un sitio para refugiarse y decidir qué hacer durante las próximas horas.
Tras andar unos minutos entre la locura que se había desatado, Pablo Álvarez se encontró con una situación desconcertante. En primer lugar, el joven escuchó un estruendo no muy lejos de donde se encontraba. Fue entonces cuando llegó el momento más trágico de la mañana. Una gran columna de humo salía de la boca de metro y, de su interior, numerosas personas salían a la calle desconcertadas por lo ocurrido. Personas mayores, jóvenes y trabajadores trajeados y llenos de polvo, avanzaban hacia los edificios custodiados por las Fuerzas de Seguridad. Los gritos, la suciedad y algunos heridos poblaban la boca del metro y, ante ello, Pablo Álvarez, impotente, solo podía caminar, ni correr ni gritar, solo ir paso a paso hacia algún lugar lejano a la barbarie que estaba viviendo.
Fue en ese momento cuando, por miedo a otra réplica, Pablo Álvarez avanzó por la calle hasta encontrar, por mera casualidad, a un pasajero que había estado con él en el autobús que les llevaba hasta el aeropuerto. Tras intercambiar unas palabras, se enteró de que aquel hombre iba a ir a España a pasar unos días de vacaciones y, por si fuera poco, el sujeto invitó a Pablo Álvarez a acompañarle en su coche, ya que la ruta pasaba por Castellón. El joven castellonense, aun desorientado ante tanta locura, aceptó sin dudar la oferta, ya que su único objetivo en ese momento era salir del infierno que estaba viviendo la capital belga.
Una vez en el coche y camino de España, los dos viajeros tuvieron tiempo de escuchar las noticias y enterarse de lo que había ocurrido exactamente. Fue entonces cuando tanto Pablo Álvarez como su acompañante se dieron cuenta de la gran suerte que habían tenido. Ambos se habían librado por escasos metros y minutos de estar en el foco de los dos atentados.
Cansado e ileso, Pablo Álvarez se dio cuenta de que lo único que quería en ese momento era llegar a su casa y abrazar a su madre, consciente de que, por esta vez, el azar había jugado a su favor.