Con motivo de la festividad de Todos los Santos recordamos también nuestros difuntos. Su recuerdo depende en gran medida del modo cómo hayamos vivido el duelo por su muerte.
La muerte de un ser querido es una de las experiencias más duras de la vida. Su muerte produce una herida profunda, que afecta a los sentimientos, a la mente, a veces también al cuerpo, a las relaciones humanas y a los valores, a lo que se creía y esperaba. Y puede afectar también a la fe, a la vida espiritual y a la relación con Dios.
A veces se intenta superar esta herida dejando pasar el tiempo, que como se dice todo lo cura, sufriendo su muerte en silencio y en soledad. Otras veces se intenta negar lo ocurrido, evitar los recuerdos o vivir como si nada hubiera pasado. Y hay quien piensa que no hay más salida que el lamento constante. Pero el dolor se puede superar mediante un proceso de sanación, dando expresión y cauce sano a los sentimientos, aceptando la realidad de la muerte, abriéndose al futuro con esperanza y amando con un nuevo lenguaje de amor a la persona a quien echamos tanto en falta.
El dolor por su muerte puede y pide ser sanado. El duelo es un proceso largo, en el que se necesita hablar, desahogarse, llorar y sacar la pena. Es necesario además sanar las ideas insanas y aceptar la realidad aunque sea dolorosa. El duelo precisa de una fe sana. Incluso como creyente no se sale del sufrimiento con ideas y vivencias equivocadas sobre Dios. En el proceso del duelo, la persona afectada necesita dejarse acompañar para sanar el corazón, la mente y los vínculos, para reforzar los valores, para crecer en una espiritualidad sana que lleve a mirar el futuro con esperanza fijando la mirada en el amor de Dios, que es un Dios de vivos y no de muertos.
En el relato de los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35), Jesús nos enseña a acompañar en el duelo. Los dos discípulos caminan entristecidos por la muerte de Jesús. Mientras iban de camino conversando sobre lo ocurrido en Jerusalén, Jesús resucitado se acercó, se puso a caminar con ellos, los acompaña y los escucha.Pero los discípulos, cegados por el dolor, no podían reconocerlo. Los problemas ahogan y no dejan ver. Jesús sabe callar y escuchar. Y “entonces Jesus les dijo”. Del acompañamiento y la escucha, pasa al diálogo y la propuesta de “todo el designio de Dios”, hasta que lo reconocen resucitado en la “fracción del pan” en la posada.
Este relato refleja las actitudes y los pasos dados por Jesús para iluminar y sanar su sufrimiento, y para transformarlo en crecimiento y en amor redimido y redentor.
Son los pasos y actitudes propios de todo acompañante cristiano en un proceso de duelo hasta conducir al encuentro con el Resucitado, fuente de vida plena y de esperanza.