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lunes, 25 de noviembre de 2024 | Última actualización: 23:18

Acompañar en el duelo

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

Terminada la semana dedicada a los enfermos y a la pastoral de la salud deseo referirme a la pastoral del duelo; es decir, del acompañamiento de las personas que han perdido a un ser querido. Quien ha pasado por esta situación, sabe que es una de las experiencias más duras y difíciles de la vida. Algo se nos rompe en nuestro interior.

A veces se intenta superar el dolor dejando pasar el tiempo, sufriéndolo en silencio y en soledad. Otras veces se intenta evitar los recuerdos para vivir como si nada hubiera pasado. Y otras, quizás, se piensa que no hay más salida que el lamento y el desahogo. Pero el tiempo del duelo ofrece también la oportunidad para entrar en un proceso de sanación; para ello es necesario dar expresión y cauce sano a los sentimientos, serenar el sufrimiento aceptando la realidad de la muerte, abriéndose al futuro con esperanza, amando con un nuevo lenguaje a la persona que nos falta.

El dolor por la muerte de un ser querido produce una herida profunda; quedan afectados los sentimientos, la mente, las relaciones humanas y los valores. Afecta también a la fe, a la vida espiritual y a la relación con Dios. Este dolor puede ser sanado en un proceso, en el que se necesita hablar, desahogarse, llorar y sacar la pena. Pero es necesario además sanar las ideas insanas y aceptar la realidad aunque sea dolorosa. El duelo necesita una fe sana. No se sale con ideas y vivencias equivocadas sobre Dios. En este proceso, hay que hablar y dejarse acompañar para sanar la herida, reforzar los valores y crecer en una espiritualidad sana que lleve a mirar el futuro con esperanza.

Jesús nos enseña a acompañar en el sufrimiento y en el duelo. El relato de los dos discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35) refleja la crisis de dos almas desconcertadas por la muerte en la cruz de Jesús, y las actitudes y los pasos de Jesús para ayudarles. Los dos discípulos caminan entristecidos por la muerte del Maestro. Mientras van de camino conversando sobre lo ocurrido en Jerusalén, Jesús resucitado se acerca y se pone a caminar con ellos, hace sentir su presencia y les escucha. Pero los discípulos, cegados por el dolor, no podían reconocerlo. Jesús calla y escucha. Y “entonces Jesús les dijo”; del acompañamiento y escucha, pasa a dialogar y proponer “todo el designio de Dios”. El acompañamiento y la escucha han sido pasos previos para llegar a la propuesta de la novedad del Evangelio, hasta que reconocen al Resucitado en la “fracción del pan”.

Las actitudes y pasos de Jesús son las propias de un cristiano en un proceso de duelo; acompañar al doliente es acercarse y escuchar, con paciencia y disponibilidad, hasta proponer al Resucitado, fuente de esperanza. Jesús nos llama a acompañar como Él lo hizo a las personas ante el dolor por la muerte de un ser querido.