Jorge Fuentes
Hace 40 años España ingresó en la OTAN. Por entonces, el partido socialista de González coqueteaba con el pacifismo y pensaba que quizá lo mejor para nuestro país era quedarnos como estábamos, es decir, en una especie de limbo, trufado de bases americanas y vacilando si debíamos sumarnos al grupo de los neutrales (Finlandia, Suecia, Austria y Suiza) o acercarnos al Movimiento de No Alineación capitaneado por Tito, Nehru y Nasser. Seguro que en Moscú no perdían totalmente la esperanza de que nos incorporáramos a su club, el Pacto de Varsovia, que algunos de los progres hispanos de aquella época veían con cierta lógica.
Calvo Sotelo logró meternos en la Alianza Atlántica aunque sabiendo que sobre su decisión pendía la amenaza socialista de que cuando accediera al gobierno -cosa que sucedió siete escasos meses después de que el 30 de Mayo de 1982 España se integrará en la Alianza- organizaría un referéndum que podría tener como resultado nuestra salida de la OTAN.
En 1996, encontrándome de embajador en Sofia y poco antes de que Felipe González fuera desplazado de la Moncloa después de haber sido su inquilino durante 14 años, el Presidente visitó oficialmente Bulgaria. Mantuve con él una larga y sincera conversación en el jardín de la Embajada.
A mi pregunta sobre qué momento de su largo gobierno había sido el más delicado, contestó sin vacilar que la celebración de la consulta sobre la permanencia o salida de la OTAN ya que había muchas probabilidades de que triunfaran los partidarios de la salida y ello hubiera tenido gravísimas consecuencias internacionales e internas sobre España, empezando por el retraso o bloqueo de nuestro ingreso en la Comunidad Económica Europea.
Hubo que hacer mil piruetas para que vencieran por los pelos los atlantistas, plantear la pregunta de forma confusa y sibilina, lanzando eslóganes bivalentes -"OTAN, de entrada no"- que daban pie a todo tipo de interpretaciones.
Y ello a pesar de que, por entonces ni estaban ni se les esperaba, partidos como Unidas Podemos, Bildu, la CUP, ERC, ni figurines como Díaz, Belarra, Echenique, Montero, Errejón y todos los Frankenstein que están celebrando pomposamente, con Sánchez, los cuatro años de su acceso al poder tras la moción de censura más denigrante de nuestra historia.
Muchos de ellos nos salen ahora con tesis tan rancias como la de que una vez disuelto el Pacto de Varsovia no tenía ningún sentido mantener viva la OTAN. Que tengamos que oír estas estupideces cuando Rusia está machacando a Ucrania y sin duda hubiera intentado asaltar a los viejos aliados del Pacto desde Polonia a Bulgaria, es francamente deprimente.
O que se critique el apoyo que Occidente está prestando a Ucrania, lo que, según ellos, no hace sino continuar la guerra y aumentar el número de muertos, solo tiene como alternativa abandonar al país invadido a su suerte y dejar que Rusia absorbiera todo el territorio ucraniano de norte a sur y de este a oeste.
Y esto lo dicen señores -y señoras- que están no en las afueras de la política o en la oposición, sino que se encuentran en el mismísimo gobierno, que quizá participarán en la cumbre de la OTAN que se celebrará en Madrid - gracias al prestigio y fiabilidad de que gozaba Rajoy- los días 29 y 30 de este mes de Junio.
Confiemos en que todo salga bien, que domine el buen sentido de los escasos miembros del Gabinete que lo poseen y que de Madrid no salga solo un consenso respecto a la rápida integración de Suecia y Finlandia en la Alianza sino que también afloren ideas que puedan ir frenando esa masacre que está costando cerca de cien vidas diarias y 17 millones entre evacuados y desplazados ucranianos.