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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 12:25

Ser bachiller

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Jorge Fuentes

Siempre he pensado que ser bachiller es algo muy importante. Si uno fuera capaz de estudiar y asimilar correctamente las materias contenidas en un programa serio de bachiller, estaría en condiciones más que suficientes para abrirse camino en la vida y podría permitirse el lujo de profundizar en las materias que en aquellos años adolescentes le habrían llamado más la atención al joven estudiante.

Los problemas son, sin embargo, diversos. El primero es que el bachillerato se cursa en una edad en que normalmente se está más en abrirse a la vida, en hacer amistades, en descubrir parejas, en renegociar las relaciones de familia, que en asimilar profundamente lo que nos proponen nuestros profesores. A esas edades es difícil tener profundamente asimilado que no se estudia tanto para evitar la regañina de los padres ante una mala nota o para evitar hacer el ridículo ante los compañeros cuando salimos a la pizarra, sino que se estudia para saber y para formarnos.

El bachillerato sería mucho más provechoso si se cursará en la madurez de la vida cuando uno comprende claramente la utilidad de lo que está aprendiendo, aunque para entonces, claro, está uno entretenido en rendir en el trabajo y mantener a la prole.

Los años del bachillerato deben ser tiempos para descubrir habilidades y vocaciones, para saber si a uno se le dan mejor las ciencias o las letras, si está mejor dispuesto para la ingeniería o la medicina, si para las leyes, la filosofía o las artes y poder saltar a la universidad sin demasiadas dudas, fracasos escolares y cambios de programa. El segundo problema es que ello no es así y se presentan en las aulas universitarias miles de jóvenes que hubieran sido más felices, más útiles a la sociedad y más ricos encaminándose hacia la formación profesional que buscando el vano e inútil prestigio de ser universitario.

A estas dudas y problemas se viene sumando en los últimos años, las constantes mutaciones en los programas de estudios. Los bandazos conocidos entre los gobiernos populares y los socialistas son de tal envergadura, que diríase cambiamos de país cada cierto tiempo con el cambio de partido gubernamental. Eso sí, manteniéndonos siempre entre aquellas naciones con peores índices de calidad del alumnado y con mayores cifras de abandono escolar.

Es escalofriante el panorama que la señora Celaá diseñó y que ahora contemplará con satisfacción su puesta en práctica, cuando ella ya disfruta del confort del Palacio de España en Roma, debatiendo con los Obispos sobre los inconvenientes de la enseñanza religiosa en las escuelas.

El Real Decreto recién aprobado de la ESO recoge aspectos tan revolucionarios como introducir asignaturas de memoria democrática, derechos del grupo LGTBIQ y del Eco-feminismo; se elimina la Filosofía y la Religión; se modifican las matemáticas que se impartirán con perspectiva de género (?); la Historia no se enseñará cronológicamente (??). Todo ello y muchos recortes y modificaciones más se juzgará sin notas numéricas, sin exámenes de recuperación, sin que el suspenso en varias materias impida pasar al curso siguiente (???).

Imaginemos en qué condiciones llegará el alumnado a las puertas de la Universidad o de los Centros de Formación, sin saber literalmente escribir una o con un canuto.

¡Si Cervantes levantara la cabeza y viera en qué han quedado convertidos sus muy respetables bachilleres!