Luis Andrés Cisneros.
Corría el año 1977 cuando se estrenaba en España la primera película de una saga que, casi 45 años después, sigue acaparando éxitos convirtiéndose en un icono de culto. Me estoy refiriendo a ‘La Guerra de las Galaxias’, esa creación del director George Lucas que goza de un predicamento en distintas generaciones y sigue siendo, en las distintas entregas que ha habido, una garantía de favor del público.
En la actualidad, estamos asistiendo al estreno de una nueva saga que promete ser, cuando menos, igual a la del film mítico de finales de los años 70. El título sólo varía en la palabra final. Hay que cambiar Galaxias por Vacunas. Es una guerra descarnada entre Laboratorios de la Industria Farmacéutica que están peleando, a cara de perro, por hacerse con el triunfo en ‘La Guerra de las Vacunas’.
Hay una diferencia importante entre la película de George Lucas y la que se está desarrollando en nuestros días; mientras que entre los espectadores de la primera no se producían muertes, entre los espectadores de la segunda, ahora mismo, son varias las personas que han fallecido a consecuencia de las vacunas que están inoculando nuestras autoridades, mientras que los fabricantes (¿sólo ellos?) están luchando por sacar pingües beneficios.
La pandemia que, según la OMS, está asolando nuestra sociedad está llena de luces y sombras en muchos aspectos, pero en esta ocasión vamos a centrarnos en lo referente a los ávidos y rápidos fabricantes de vacunas.
El desarrollo de una vacuna, suele ser un proceso bastante largo y muy complejo, el cual puede tardar en torno a unos 12 o 15 años. Todo ello cuenta con un protocolo bastante estandarizado, que se creó durante el pasado siglo, aunque ya en el XIX se habían creado varias vacunas contra la viruela, rabia, cólera y otras.
Para poder llegar a que se autorice una vacuna se necesita pasar por varias etapas: de exploración, preclínica y clínica.
La etapa de exploración (entre 2/4 años de duración), sirve para identificar a los antígenos, naturales o sintéticos, que pueden ayudar a prevenir la enfermedad que queremos tratar. Luego se pasa a la fase preclínica en la cual se usan sistemas de cultivos de tejidos o células realizándose pruebas de laboratorio para, posteriormente, probarlos con animales, principalmente ratones o monos, a los cuales se les inyecta la vacuna para luego inocularles el patógeno, así se mide la seguridad y su capacidad de provocar una respuesta inmunológica. Esta fase suele durar sobre 2 años.
A continuación los investigadores solicitan a las Autoridades pertinentes, el permiso para poder trabajar en el proceso de desarrollo del fármaco.
En ese momento se pasa a los estudios clínicos con humanos, que se dividen en tres fases. La primera o Fase I se hace con un número reducido de adultos. Sus metas son evaluar la seguridad y el alcance de la respuesta inmunológica. Los fármacos que superan esta fase pasan a la II, donde participan varios cientos de personas. Ahí las metas son ver la seguridad, dosis propuestas, programa de vacunación y método de aplicación.
Se llega a la Fase III, que incluye a decenas de miles de personas y se realiza, como se denomina, en un estudio doble ciego; es decir un grupo recibe la vacuna y otro un placebo sin que nadie sepa qué se le inyecta. Un objetivo importante en esta fase es evaluar la seguridad de la vacuna y su eficacia, Luego ya vendría la aprobación y autorización de las autoridades sanitarias.
Una vez aprobada, se sigue con la vigilancia, entre las que se encuentran los estudios en Fase IV, y un Sistema de Evaluación sobre Efectos Adversos del que se encargan los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
Hasta llegar a la aprobación y puesta en el mercado de la correspondiente vacuna, pueden pasar como mínimo 12 años, por lo que es sorprendente la inusual rapidez que han alcanzado los Laboratorios Farmacéuticos, para lograr la puesta a punto de sus vacunas y, más sorprendente aún, la celeridad inusual de las autoridades sanitarias (OMS incluida) en dar su conformidad.
Y aquí vienen las preguntas que podemos hacernos: ¿Han pasado por todas las fases requeridas? ¿Se sabe qué contienen esos medicamentos? ¿Cómo es posible que sin tener claramente identificado al patógeno, haya una vacuna? ¿Es normal la diferencia enorme de precios entre las distintas vacunas? ¿Si han tardado tan poco en descubrirlo, significa que hace tiempo ya sabían lo que pasaría? ¿Todos los efectos adversos que están ocurriendo, no habían se habían detectado en ninguna Fase?
Suena tan fantástico que las sospechas sobre qué son estas supuestas vacunas, se dispara entre la gente. No es normal que, por ejemplo, el Partido Comunista Chino (Principal sospechoso de la aparición del virus patógeno) ‘regale’ visados a todos aquellos que se inyecten las vacunas fabricadas en China.
Cómo también es sospechoso que, ahora, los distintos Laboratorios estén haciendo una campaña descarnada acusándose de que sus vacunas son mejor que la de los otros y que la de su competencia produce muertes o efectos adversos indeseables. La guerra desatada entre Pfizer y Astra-Zeneca es un ejemplo de conflagración inmisericorde.
Y, mientras tanto, los distintos Gobiernos callados y lentos en la toma de decisiones. Ello no hace más que hacer a la gente sospechar sobre los intereses ocultos que se encuentran detrás de estas compras multimillonarias de vacunas. Están tan interesados en que la gente se inyecte las vacunas que han comprado, que hasta han instaurado un pasaporte, sin el cual nadie que no se haya puesto una vacuna podrá viajar. Esto suena a una dictadura comunista implacable.
Pero claro, nada nos tiene que sorprender en un país como España, que está instalado en la cultura de la muerte con el aborto y ahora la eutanasia. Y la gente sigue siendo la víctima pasiva de esta Guerra de las Vacunas.